2° del salterio
Procesión: Mc 11,1
10. Misa: /5 50,4-7
/Sal 21 / Flp 2,6-11
/ Mc 14,1-15,47
(breve: 15,1-38)
Miércoles 29 Marzo
Palmira;
Eustasio; Jonás;
Mácula; Pastor;
Gladys y Gundleus
PALABRA:
Isaías 50,4-7
Mi Señor me ha dado una lengua de iniciado, para saber decir al abatido una palabra de aliento. Cada mañana me espabila el oído, para que escuche como los iniciados. El Señor me abrió el oído. Y yo no resistí ni me eché atrás: ofrecí la espalda a los que me apaleaban, las mejillas a los que mesaban mi barba; no me tapé el rostro ante ultrajes ni salivazos. El Señor me ayuda, por eso no sentía los ultrajes; por eso endurecí el rostro como pedernal, sabiendo que no quedaría defraudado.
Salmo 21
Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?
Filipenses 2,6-11
Cristo, a pesar de su condición divina, no hizo alarde de su categoría de Dios; al contrario, se despojó de su rango y tomó la condición de esclavo, pasando por uno de tantos. Y así, actuando como un hombre cualquiera, se rebajó hasta someterse incluso a la muerte, y una muerte de cruz. Por eso Dios lo levantó sobre todo y le concedió el «Nombre-sobre-todo-nombre»; de modo que al nombre de Jesús toda rodilla se doble en el cielo, en la tierra, en el abismo, y toda lengua proclame: Jesucristo es Señor, para gloria de Dios Padre.
Marcos 15, 1-38
C. Apenas se hizo de día, los sumos sacerdotes, con los ancianos, los escribas y el Sanedrín en pleno, se reunieron, y, atando a Jesús, lo llevaron y lo entregaron a Pilato. Pilato le preguntó: «¿Eres tú el rey de los judíos?». C. Él respondió: ID «Tú lo dices». Y los sumos sacerdotes lo acusaban de muchas cosas. Pilato le preguntó de nuevo: O. «¿No contestas nada? Mira cuántos cargos presentan contra ti». C. Jesús no contestó más; de modo que Pilato estaba muy extrañado. Por la fiesta solía soltarse un preso, el que le pidieran. Estaba en la cárcel un tal Barrabás, con los revoltosos que habían cometido un homicidio en la revuelta. La gente subió y empezó a pedir el indulto de costumbre. Pilato les contestó: O. «¿Queréis que os suelte al rey de los judíos?». C. Pues sabía que los sumos sacerdotes se lo habían entregado por envidia. Pero los sumos sacerdotes soliviantaron a la gente para que pidieran la libertad de Barrabás. Pilato tomó de nuevo la palabra y les preguntó: O. «¿Qué hago con el que llamáis rey de los judíos?». C. Ellos gritaron de nuevo: M. «¡Crucifícalo!». Pilato les dijo: O. «Pues, ¿qué mal ha hecho?». C. Ellos gritaron más fuerte: M. «¡Crucifícalo! ». C. Y Pilato, queriendo dar gusto a la gente, les soltó a Barrabás; y a Jesús, después de azotarlo, lo entregó para que lo crucificaran. Los soldados se lo llevaron al interior del palacio —al pretorio— y reunieron a toda la compañía. Lo vistieron de púrpura, le pusieron una corona de espinas, que habían trenzado, y comenzaron a hacerle el saludo: M. «¡Salve, rey de los judíos!».
Le golpearon la cabeza con una caña, le escupieron; y, doblando las rodillas, se postraban ante él. Terminada la burla, le quitaron la púrpura y le pusieron su ropa. Y lo sacaron para crucificarlo. Y a uno que pasaba, de vuelta del campo, a Simón de Cirene, el padre de Alejandro y de Rufo, lo forzaron a llevar la cruz. Y llevaron a Jesús al Gólgota (que quiere decir lugar de «la Calavera»), y le ofrecieron vino con mirra; pero él no lo aceptó. Lo crucificaron y se repartieron sus ropas, echándolas a suerte, para ver lo que se llevaba cada uno. Era media mañana cuando lo crucificaron. En el letrero de la acusación estaba escrito: «El rey de los judíos». Crucificaron con él a dos bandidos, uno a su derecha y otro a su izquierda. Los que pasaban lo injuriaban, meneando la cabeza y diciendo: M. «¡Anda!, tú que destruías el templo y lo reconstruías en tres días, sálvate a ti mismo bajando de la cruz». C. Los sumos sacerdotes con los escribas se burlaban también de él, diciendo: O. «A otros ha salvado, y a sí mismo no se puede salvar. Que el Mesías, el rey de Israel, baje ahora de la cruz, para que lo veamos y creamos». C. También los que estaban crucificados con él lo insultaban. Al llegar el mediodía, toda la región quedó en tinieblas hasta la media tarde. Y, a la medid tarde, Jesús clamó con voz potente: «Eloí, Eloí, lamá sabaktani> Que significa: «Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?». C. Algunos de los presentes, al oírlo, decían: M. «Mira está llamando a Elías». C. Y uno echó a correr y, empapando una esponja en vinagre, la sujetó a una caña, y le daba de beber, diciendo «Dejad, a ver si viene Elías a bajarlo». C. Y Jesús, dando un fuerte grito, expiró. El velo del templo se rasgó en dos, de arriba abajo El centurión, que estaba enfrente, al ver cómo había expirado, dijo «Realmente este hombre era Hijo de Dios».
Las tres Semanas Santas
Hoy se alza el telón de la Semana Santa: la celebración del drama de la pasión y muerte de Cristo, y su gloriosa resurrección. Vivimos los grandes misterios del cristianismo. Bien podemos hablar de «tres celebraciones de la Semana Santa» o de «tres Semanas Santas». Primera, la Semana Santa de los templos, la de la liturgia de Ia Iglesia, en la que ojalá todos participemos, abriéndonos a la Palabra de Dios y a su torrente de gracias y de dones. Segunda, la Semana Santa de la calle, de la mano de las Hermandades y Cofradías, la de la religiosidad popular, la de los nazarenos y penitentes, la de los Cristos y Vírgenes, en sus imágenes impresionantes —«mediaciones de la humanidad del Señor y de su Madre Santísima»—, contemplada desde las aceras por la multitud, ensalzada por su ornato y representación de los grandes misterios de nuestra redención, rebosante de símbolos que nos calan profundamente. Tercera, la Semana Santa del corazón, la que vivirá cada uno de nosotros en su interior, recibiendo la salvación de Dios, tras el perdón de nuestros pecados. Podríamos hablar de una última Semana Santa, la de todos aquellos que no celebrarán ninguna, porque se quedan al margen del mundo religioso, porque se alejan de él con desprecio o porque no tienen tiempo ni lugar para vivirlo.
Señor, queremos vivir la Semana Santa mirando la Cruz, siguiendo aquel consejo de Teresa de Jesús a sus monjas ante un crucifijo, cuando les decía: «No os pido que penséis mucho, tan solo os pido que le miréis». Queremos mirarte a Ti, Señor, y recibir tu salvación.