Sabado
Sto. Domingo de
Guzmán, m.o.
Altman; Ciriaco;
Juana de Aza
XVIII del T.O.
2° del salterio
Dt 6,4-13 /Sal 17/
Mt 17,14-20
Mateo 17, 14-20
En aquel tiempo, se acercó a Jesús un hombre, que le dijo de rodillas: «Señor, ten compasión de mi hijo que lene epilepsia y le dan ataques: muchas veces se cae en el fuego o en el agua. Se lo he traído a tus discípulos, y no han sido capaces de curarlo». Jesús contestó: «¡Generación perversa e infiel! ¿Hasta cuándo tendré que estar con vosotros? ¿Hasta cuándo os tendré que soportar? Traédmelo». Jesús increpó al demonio, y salió; en aquel momento se curó el niño. Los discípulos se acercaron a Jesús y le preguntaron aparte: «¿Y por qué no pudimos echarlo nosotros?». Les contestó: «Por vuestra poca fe. Os aseguro que, si fuera vuestra fe como un grano de mostaza, le diríais a aquella montaña que viniera aquí, y vendría. Nada os sería imposible».
La grandeza de la fe
De nuevo, en esta escena, los sentimientos humanos. Aquel padre que pide con fuerza «compasión para su hijo enfermo». Jesús, escuchándole, cura al niño. Y a sus discípulos les ofrece una nueva lección para que comprendan la grandeza de la fe. ¡Cuántas y qué hermosas las definiciones que se nos ofrecen sobre la fe! «Tener fe no es solo creer en Dios, sino creer que Dios me ama», decía el Abbé Pierre. Y aquellas hermosas palabras de Benedicto XVI: «No son las ideologías las que salvan el mundo sino solo dirigir la mirada al Dios viviente, que es nuestro creador, el garante de nuestra libertad. ¿Qué puede salvarnos sino el amor?». Cuando la fe en Jesús es verdadera y fuerte derriba «las montañas» de las creencias raras y de las seguridades supersticiosas. «Nada os sería imposible», nos dice el Señor.
Señor, aumenta nuestra fe. Aumenta nuestro amor hacia Ti, nuestra escucha de tu Palabra, nuestra esperanza en tu gracia, en tus dones, en tu poder salvador de nuestras pequeñas o grandes derrotas, o muertes, o fracasos de todo tipo. No nos dejes caídos sobre el asfalto.