Miércoles 16
S. Cornelio y S.
Cipriano, m.o.
Víctor III; Eufemia;
Rogelio y Servideo;
Juan Macías;
Ludmila
XXIV del T.O.
4° del salterio
1Tim 3,14-76/Sal
110 / Lc 7,31-35
Lucas 7,31-35
En aquel tiempo, dijo el Señor: «¿A quién se parecen los hombres de esta generación? ¿A quién los compararemos? Se parecen a unos niños, sentados en la plaza, que gritan a otros: "Tocamos la flauta y no bailáis, cantamos lamentaciones y no lloráis". Vino Juan el Bautista, que ni comía ni bebía, y dijisteis que tenía un demonio; viene el Hijo del hombre, que come y bebe, y decís: "Mirad qué comilón y qué borracho, amigo de publicanos y pecadores". Sin embargo, los discípulos de la sabiduría le han dado la razón».
Conjuntar los dos caminos
Está claro que Jesús nos habla de dos caminos con la parábola de los niños: el camino de la renuncia personal de todo, del sacrificio heroico, y el camino de una humanización que nos hace contemplar la vida como una gozosa convivencia de todos. Juan el Bautista es el prototipo del camino duro, en su forma de vestir, de vivir, de relacionarse. Jesús en cambio nos ofrece el camino de una vida más humana, de una mayor relación entre todos, en la que la convivencia desemboca en felicidad. El Bautista se aleja y se marcha al desierto; Jesucristo se acerca, entra en las casas, comparte la comida, asiste a las bodas. La clave está en «conjuntar» los dos caminos. Hace falta la austeridad del Bautista y su comportamiento ejemplar para adentrarse después en la caravana que nos exigirá entrega al prójimo, desde la propia renuncia y desde el sacrificio.
Señor, haz que saboreemos la vida, abiertos a la convivencia, al diálogo, conectados con la realidad, con los gozos y angustias del mundo, sabiendo que la clave está en Ti, Señor, que nos enseñas la gran asignatura del verdadero amor.