domingo, 25 de octubre de 2015

PALABRA Y VIDA: LECTURA DEL DOMINGO 25/10/2015


Domingo 25
Na Sra. del Buen 
Suceso; Bernardo 
Calbó; Crisanto y Daría; Crispín 
y Crispiniano; 
Gaudencio de 
Brescia; Frutos




2a del salterio
ler 31,7-9/Sal 125
/ Heb 5,1-6/ Mc
10,46-52




                          Jeremías 31, 7-9
Así dice el Señor: «Gritad de alegría por Jacob, regocijaos por el mejor de los pueblos; proclamad, alabad y decid: El Señor ha salvado a su pueblo, al resto de Israel. Mirad que yo os traeré del país del norte, os congregaré de los confines de la tierra. Entre ellos hay ciegos y cojos, preñadas y paridas:
una gran multitud retorna. Se marcharon llorando, los guiaré entre consuelos; los llevaré a torrentes de agua, por un camino llano en que no tropezarán. Seré un padre para Israel, Efraín será mi primogénito»

.
Salmo 125
El Señor ha estado grande con nosotros, y estamos alegres.


Hebreos 5,1-6
Hermanos: Todo sumo sacerdote, escogido entre los hombres, está puesto para representar a los hombres en el culto a Dios: para ofrecer dones y sacrificios por los pecados. Él puede comprender a los ignorantes y extraviados, ya que él mismo está envuelto en debilidades. A causa de ellas, tiene que ofrecer sacrificios por sus propios pecados, como por los del pueblo. Nadie puede arrogarse este honor: Dios es quien llama, como en el caso de Aarón. Tampoco Cristo se confirió a sí mismo la dignidad de sumo sacerdote, sino aquel que le dijo: «Tú eres mi Hijo: yo te he engendrado hoy», o, como dice otro pasaje de la Escritura: «Tú eres sacerdote eterno, según el rito de Melquisedec».


Marcos 10, 46-52
En aquel tiempo, al salir Jesús de Jericó con sus discípulos y bastante gente, el ciego Bartimeo, el hijo de Timeo, estaba sentado al borde del camino, pidiendo limosna. Al oír que era Jesús Nazareno, empezó a gritar: «Hijo de David, Jesús, ten compasión de mí». Muchos lo regañaban para que se callara. Pero él gritaba más: «Hijo de David, ten compasión de mí». Jesús se detuvo y dijo: «Llamadlo». Llamaron al ciego, diciéndole: «Ánimo, levántate, que te llama». Soltó el manto, dio un salto y se acercó a Jesús. Jesús le dijo: «¿Qué quieres que haga por ti?». El ciego le contestó: «Maestro, que pueda ver». Jesús le dijo: «Anda, tu fe te ha curado». Y al momento recobró la vista y lo seguía por el camino.


Las tres cegueras de hoy
La escena del ciego Bartimeo nos llega a las entrañas: sus ganas de salir de la oscuridad; su fe en la presencia de Jesús; ese salto que da, abandonando la cuneta y el manto. Hemos de estar atentos a esas tres cegueras que, con frecuencia, padecemos acaso sin darnos cuenta. Primera: la ceguera de no ver a Dios, de no sentir su presencia, de no escuchar su voz; la ceguera de no percibir las luces y las sombras, sin que captemos el peligro de los abismos, ni tampoco los brillos de los paisajes más hermosos; tercera, la ceguera de «los signos de los tiempos», de la que nos hablara el concilio Vaticano II, que nos abren nuevos horizontes. Son tres cegueras que pueden acompañarnos en muchos tramos de la vida, privándonos de Dios.


Aquí estoy, Señor, como el ciego al borde del camino, cansado, sudoroso, polvoriento, mendigando por necesidad y oficio. Que vea, Señor, tus sendas; que vea, Señor, los caminos de la vida; que vea, Señor, ante todo, tu rostro, tus ojos, tu corazón.







sábado, 24 de octubre de 2015

PALABRA Y VIDA: LECTURA DEL SÁBADO 24/10/2015



sábado 24
S. Antonio Mª
Claret, m.I.
Luciano y Marciano;
Duna; Luis Guanella





XXIX del TO.
1a del salterio
Rom 8,1-11 / Sal 23
/ Lc 13,1-9


                                 
                          Lucas 13,1-9



En una ocasión, se presentaron algunos a contar a Jesús lo de los galileos cuya sangre vertió Pilato con la de los sacrificios que ofrecían. Jesús les contestó: «¿Pensáis que esos galileos eran más pecadores que los demás galileos, porque acabaron así? Os digo que no; y, si no os convertís, todos pereceréis lo mismo. Y aquellos dieciocho que murieron aplastados por la torre de Siloé, ¿pensáis que eran más culpables que los demás habitantes de Jerusalén? Os digo que no; y, si no os convertís, todos pereceréis de la misma manera». Y les dijo esta parábola: «Uno tenía una higuera plantada en su viña, y fue a buscar fruto en ella, y no lo encontró. Dijo entonces al viñador: "Ya ves: tres años llevo viniendo a buscar fruto en esta higuera, y no lo encuentro. Córtala. ¿Para qué va a ocupar terreno en balde?': Pero el viñador contestó: "Señor, déjala todavía este año; yo cavaré alrededor y le echaré estiércol, a ver si da fruto. Si no, la cortas"».


Hay que cambiar el corazón
He aquí una página dura, difícil, pero importantísima en sus lecciones y mensajes. Sabemos que en tiempos de Jesús, Galilea fue patria de numerosos disidentes antirromanos. Y se nos dice que un grupo de galileos fue asesinado, con especial crueldad, por legionarios romanos en el templo. El crimen fue una auténtica provocación. Jesús, en sus palabras, quiere llegar al fondo del problema, convencido de que los conflictos políticos no se resuelven cambiando solamente a los gobernantes. Hay que cambiar el corazón, curar a fondo las heridas. La vertiente política queda iluminada por el mensaje religioso. La parábola final de la higuera nos habla de la ternura de Dios, de su paciencia infinita con nosotros.


«Todos los creyentes en Cristo —nos dijo Juan Pablo II en la Redemptoris missio— deben sentir como parte integrante de su fe la solicitud apostólica de transmitir a otros su alegría y su luz», para transformar así sus corazones.


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