martes 1
Eloy; Edmundo
Campion; Nahún;
Bta. Clementina
Anwarite; Bto. Carlos
de Foucauld
Iº de Adviento.
lº del salterio
Is11,1-10/5a171
Lc 10,21-24
Lucas 10,21-24
En aquel tiempo, lleno de la alegría del Espíritu Santo, exclamó Jesús: «Te doy gracias, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque has escondido estas cosas a los sabios y a los entendidos, y las has revelado a la gente sencilla. Sí, Padre, porque así te ha parecido bien. Todo me lo ha entregado mi Padre, y nadie conoce quién es el Hijo, sino el Padre; ni quién es el Padre, sino el Hijo, y aquel a quien el Hijo se lo quiere revelar». Y volviendo a sus discípulos, les dijo aparte: «¡Dichosos los ojos que ven lo que vosotros veis! Porque os digo que muchos profetas y reyes desearon ver lo que veis vosotros, y no lo vieron; y oír lo que oís, y no lo oyeron».
«Ya todo es gracia»
Jesús nos ofrece una de sus palabras preferidas, convertida en plegaria al Padre: la palabra gracias, la gratitud. «Te doy gracias, Padre, Señor del cielo y de la tierra...». Primero nos llegarán los dones, que hemos de captar y saborear; y junto a los dones, brotará nuestra gratitud. La frase final de la novela Diario de un cura rural, se centraba en este mensaje: «Ya todo es gracia». Saber y ser conscientes de que la gratuidad es clave en nuestra relación con el Señor; saber, al mismo tiempo, dar las gracias por la gracia recibida. «¡Qué más da, ya todo es gracia!», musitaba aquel personaje al final de su vida. Esa conciencia de que Dios es regalo infinito nos hará ser más humildes, confiados y agradecidos. Y, además, abrirá nuestro corazón a las alturas para ser siempre buenos receptores.
Señor, te doy gracias por tantos dones recibidos que ni siquiera yo puedo contarlos. Haz que los reciba y los viva, con sencillez, humildad y gratitud.