domingo, 6 de diciembre de 2015

PALABRA Y VIDA: LECTURA DEL SÁBADO 05/12/2015




sábado 5
Mauro; Sabas: Elisa;
Crispina






Iº del Adviento 

lº del salterio 
1s 30,19-21.23-26, 
/Sal 146 /MT
 9,35-10,1.6- 8




                      Mateo 9,35-10,1.6-8

En aquel tiempo, Jesús recorría todas las ciudades y aldeas enseñando en sus sinagogas, anunciando el Evangelio del Reino y curando todas las enfermedades y todas las dolencias. Al ver a las gentes se compadecía de ellas, porque estaban extenuadas y abandonadas, «como ovejas que no tienen pastor».
Entonces dijo a sus discípulos: «La mies es abundante, pero los trabajadores son pocos, rogad, pues, al Señor de la mies que mande trabajadores a su mies».Y llamando a sus doce discípulos, les dio autoridad para expulsar espíritus inmundos y curar toda enfermedad y dolencia. A estos doce los envió con estas instrucciones: «Id a las ovejas descarriadas de Israel. Id y proclamad que el reino de los cielos está cerca. Curad enfermos, resucitad muertos, limpiad leprosos, echad demonios. Lo que habéis recibido gratis, dadlo gratis».


Todos somos enviados de Dios al mundo
Hoy contemplamos a Jesús «evangelizando», recorriendo pueblos y aldeas, anunciando el evangelio del reino y curando a los enfermos. Seguimos inmersos en la «Nueva evangelización» —nuevo ardor, nuevos métodos, nuevas expresiones—, según aquellas hermosas palabras de Juan Pablo II. Nuestra tarea tiene como modelo la tarea y el quehacer de Jesús: salir de nuestro escenario y buscar otros paisajes; saber mirar a la gente —«saber mirar es saber amar»—, descubriendo sus problemas, sus preocupaciones, sus pequeños o grandes dramas; mostrar nuestra compasión y nuestra cercanía, sintonizando con los latidos alegres o tristes de sus corazones; y, enseguida, curar sus heridas con el bálsamo de la palabra y de la gracia. En la vocación de los cristianos entra de lleno el apostolado: anunciar el reino de Dios en la besana de la historia, allí donde los hermanos, cercanos o lejanos, sufren y padecen.


Señor, haznos apóstoles, enviados especiales tuyos a la sociedad de nuestro tiempo para que sepamos caminar junto a nuestros hermanos, con la mano extendida, en son de paz, de diálogo, de comprensión y de esperanza.







viernes, 4 de diciembre de 2015

PALABRA Y VIDA: LECTURA DEL VIERNES 04/12/2015



viernes 4
S. Juan 
Damasceno, m.I. 
Bárbara; Juan 
Calabria; Anón; 
Marutas; Bto. 
Francisco Gálvez




I de Adviento
1° del salterio
Is 29,17-24/Sal 26 
/Mt 9,27-31




                              Mateo 9,27-31
En aquel tiempo, dos ciegos seguían a Jesús gritando: «Ten compasión de nosotros, Hijo de David». Al llegar a la casa se le acercaron los ciegos y Jesús les dijo: «¿Creéis que puedo hacerlo?». Contestaron: «Sí, Señor». Entonces les tocó los ojos diciendo: «Que os suceda conforme a vuestra fe». Y se les abrieron los ojos. Jesús les ordenó severamente: «¡Cuidado, con que lo sepa alguien!». Pero ellos, al salir, hablaron de él por toda la comarca.


Nuestras cegueras
¡Cuántas cegueras en esta hora de la historia! El primer problema y acaso el más grave es que no nos demos cuenta de que estamos ciegos, de que no vemos lo importante, de que caminamos al borde del precipicio. Por eso, lo primero de todo es conocer bien esas cegueras: primera, no percibimos con claridad nuestras verdaderas señas de identidad: «somos hijos de Dios y aún no se ha manifestado lo que seremos» (filiación divina); segunda, todos somos hérmanos (sentido fraternal de la historia); tercera, todos somos débiles, limitados (fragilidad humana); cuarta, nos equivocamos con frecuencia (el error nos acecha siempre); quinta, lo sabemos todo y no admitimos consejos y orientaciones (necesidad de acompañamiento). Cristo nos cura las cegueras, las de dentro y las de fuera. Solo hace falta que pongamos en nuestros labios una sencilla plegaria: «Ten compasión de nosotros, Hijo de David». Y al instante, se hará la luz.


Señor, necesitamos tu luz y tu palabra para salir de nuestras cegueras que nos hacen tropezar una y mil veces en las mismas piedras. Ten compasión de mí, Señor, de todos nosotros, en esta hora difícil de la historia.






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