viernes 18
Na Sra de la
Esperanza; Na Sra.
de la O; Graciano;
Flavio
III de Adviento
Oficio del día
ler 23,5-8 /Sal 71 /
Mt 1,18-24
Mateo 1,18-24
El nacimiento de Jesucristo fue de esta manera: María, su madre, estaba desposada con José y, antes de vivir juntos, resultó que ella esperaba un hijo por obra del Espíritu Santo. José, su esposo, que era justo, y no quería denunciarla, decidió repudiarla en secreto. Pero, apenas había tomado esta resolución, se le apareció en sueños un ángel del Señor que le dijo: «José, hijo de David, no tengas reparo en llevarte a María, tu mujer, porque la criatura que hay en ella viene del Espíritu Santo. Dará a luz un hijo y tú le pondrás por nombre Jesús, porque él salvará a su pueblo de los pecados». Todo esto sucedió para que se cumpliese lo que había dicho el Señor por el profeta: «Mirad: la Virgen concebirá y dará a luz un hijo, y le pondrán por nombre Emmanuel, que significa "Dios-con-nosotros"».
El maravilloso ejemplo de san José
Suele decirse que Mateo es el evangelista de san José y que Lucas es el evangelista de María. Hoy, la liturgia de la palabra nos invita a contemplar el maravilloso ejemplo de José, con su prometida María. Ambos eran personas excelentes, pero hemos de reconocer que el Altísimo quiso que su amor esponsalicio pasara por circunstancias muy exigentes. El santo papa Juan Pablo II nos dejó escrita esta hermosa frase: «El cristianismo es la sorpresa de un Dios que se ha puesto de parte de su criatura». De hecho, ha sido Él quien ha tomado «la iniciativa»: para venir a este mundo no esperó a que hiciéramos méritos. Dios nos propone siempre sus iniciativas, no nos las impone: casi diríamos que «nos pide permiso». A la Virgen se le propuso —in° se le impuso!— la vocación de Madre de Dios. Escuchemos a san Anselmo: «Él, que había tenido el poder de crearlo todo a partir de la nada, se negó a rehacer lo que había sido profanado si no concurría María». San José aparece en la escena, sacrificado y delicado con su prometida María. El hombre justo que se abre a los caminos del Señor.
Señor, Tú nos invitas siempre con aire de susurro. Tú sales a nuestro encuentro para que te abramos los brazos y el corazón. Solo es cuestión de que respondamos a tus llamadas.