III del T.O.
3° del salterio
Heb 70,7-70 / Sal 39
/Mc 3,31-35
Viernes 27 Enero
Sta. Angela de
Merici, m.I.
Enrique de Ossó y
Cervelló; Vitaliano
Marcos 3,31-35
En aquel tiempo, llegaron la madre y los hermanos de Jesús y desde fuera lo mandaron a llamar. La gente que tenía sentada alrededor le dijo: «Mira, tu madre y tus hermanos están fuera y te buscan». Les contestó: «¿Quiénes son mi madre y mis hermanos?». Y, paseando la mirada por el corro, dijo: «Estos son mi madre y mis hermanos. El que cumple la voluntad de Dios, ese es mi hermano y mi hermana y mi madre».
La voluntad de Dios es la clave
Jesús nos ofrece la clave más importante de nuestra vida: hacer la voluntad de Dios. Las relaciones de parentesco, marcadas por las culturas, por las costumbres, no se elevan a principio absoluto. Para Jesús, los más cercanos a él son aquellos que realizan en sus vidas la voluntad de Dios. Y la voluntad de Dios es que todos nos respetemos, nos ayudemos, nos queramos, nos valoremos y que no nos hagamos daño. Es importante proteger la familia, uno de los pilares, el principal sin duda, de la sociedad civil. Pero por encima de los vínculos familiares, tantas veces resquebrajados por intereses de todo tipo, hemos de buscar, encontrar y realizar la voluntad de Dios, los caminos que a él nos conducen. Lo de «hermanos», ya lo sabemos, es un semitismo —el pueblo judío es semita— que se refiere a «parientes» en sentido amplio.
Señor, haz que descubramos tu voluntad, tu proyecto sobre cada uno de nosotros, el guión que nos trazas para que lo realicemos como tarea primordial de nuestras vidas. Ahí reside la santidad.