III del T.O.
3° del salterio
Heb 10,19-25 / Sal
23 / 4,21-25
Gildas; Julián el
Hospitalario; Bto.
Manuel Domingo y
Sol; Bta. Boleslawa
Ma Lament
PALABRA:
Marcos 4,21-25
En aquel tiempo, dijo Jesús a la muchedumbre: «¿Se trae el candil para meterlo debajo del celemín o debajo de la cama, o para ponerlo en el candelero? Si se esconde algo, es para que se descubra; si algo se hace a ocultas, es para que salga a la luz. El que tenga oídos para oír, que oiga». Les dijo también: «Atención a lo que estáis oyendo: la medida que uséis la usarán con vosotros, y con creces. Porque al que tiene se le dará, y al que no tiene se le quitará hasta lo que tiene».
Jesús fue transparente
Esta página del evangelio rebosa actualidad. ¡Cuánto miedo a la verdad, a la claridad, a la transparencia! ¡Cómo procuramos que no se sepan las cosas que están mal! Jesús fue transparente, no tuvo nada que ocultar. Jesús habla con claridad, actúa con libertad. Jesús nos aconseja que actuemos siempre a la luz del día. Más aún, que reluzcan nuestras obras, que sean colocadas a la vista de todos, para que todos perciban su luz y su testimonio. No se trata de cuidar la imagen, de presentarnos como no somos. Lo oculto será descubierto. La incoherencia nos lleva de la mano a la hipocresía; la hipocresía, a la «doble vida»; y la «doble vida» nos esclaviza en la mentira. A veces, es cierto, ser claros, sencillos y humildes supone ser héroes.
Lo importante no es solo que nosotros creamos en Dios, sino que Dios crea en nosotros. Y, para ello, es imprescindible la claridad, la verdad de nuestras vidas, transparentes como la de Jesús.
III del T.O.
3° del salterio
Heb 10,11-18/Sal 109/ Mc 4,1-20
Sábado 28 Enero
Sto. Tomás de
Aquino, m.o.
Pedro Nolasco;
Bta. Ma Luisa Montesinos;
Bta. Olimpia
PALABRA:
Marcos 4,1-20
En aquel tiempo, Jesús se puso a enseñar otra vez junto al lago. Acudió un gentío tan enorme que tuvo que subirse a una barca; se sentó, y el gentío se quedó en la orilla. Les enseñó mucho rato con parábolas, como él solía enseñar: «Escuchad: Salió el sembrador a sembrar; al sembrar, algo cayó al borde del camino, vinieron los pájaros y se lo comieron. Otro poco cayó en terreno pedregoso, donde apenas tenía tierra; como la tierra no era profunda, brotó en seguida; pero, en cuanto salió el sol, se abrasó y, por falta de raíz, se secó. Otro poco cayó entre zarzas; las zarzas crecieron, lo ahogaron, y no dio grano. El resto cayó en tierra buena: nació, creció y dio grano; y la cosecha fue del treinta o del sesenta o del ciento por uno». Y añadió: «El que tenga oídos para oír, que oiga». Cuando se quedó solo, los que estaban alrededor y los Doce le preguntaban el sentido de las parábolas. Él les dijo: «A vosotros se os han comunicado los secretos del reino de Dios; en cambio, a los de fuera todo se les presenta en parábolas, para que "por más que miren, no vean, por más que oigan, no entiendan, no sea que se conviertan y los perdonen"». Y añadió: «¿No entendéis esta parábola? ¿Pues, cómo vais a entender las demás? El sembrador siembra la palabra. Hay unos que están al borde del camino donde se siembra la palabra; pero, en cuanto la escuchan, viene Satanás y se lleva la palabra sembrada en ellos. Hay otros que reciben la simiente como terreno pedregoso; al escucharla, la acogen con alegría, pero no tienen raíces, son inconstantes y, cuando viene una dificultad o persecución por la palabra, en seguida sucumben. Hay otros que reciben la simiente entre zarzas; estos son los que escuchan la palabra, pero los afanes de la vida, la seducción de las riquezas y el deseo de todo lo demás los invaden, ahogan la palabra, y se queda estéril. Los otros son los que reciben la simiente en tierra buena; escuchan la palabra, la aceptan y dan una cosecha del treinta o del sesenta o del ciento por uno».