Oficio de la f
Mal 3,1-4 / Sal 23
/ Heb 2,14-18 /
Lc 2,22-40 (breve:
2,22-32)
JUEVES 02 ENERO
Presentación del Señor, f.
Na Sra. de
Candelaria; Juana de
Lestonnac; Aída
Lucas 2,22-32
Cuando llegó el tiempo de la purificación, según la ley de Moisés, los padres de Jesús lo llevaron a Jerusalén, para presentarlo al Señor, de acuerdo con lo escrito en la ley del Señor: «Todo primogénito varón será consagrado al Señor», y para entregar la oblación, como dice la ley del Señor: «un par de tórtolas o dos pichones». Vivía entonces en Jerusalén un hombre llamado Simeón, hombre justo y piadoso, que aguardaba el consuelo de Israel; y el Espíritu Santo moraba en él. Había recibido un oráculo del Espíritu Santo: que no vería la muerte antes de ver al Mesías del Señor. Impulsado por el Espíritu, fue al templo. Cuando entraban con el niño Jesús sus padres para cumplir con él lo previsto por la ley, Simeón lo tomó en brazos y bendijo a Dios diciendo: «Ahora, Señor, según tu promesa, puedes dejar a tu siervo irse en paz. Porque mis ojos han visto a tu Salvador, a quien has presentado ante todos los pueblos: luz para alumbrar a las naciones y gloria de tu pueblo Israel».
Salvación, luz y gloria
Maravillosa escena la de la presentación de Jesús en el Templo: el primer encuentro del Enviado del Padre con su pueblo. José y María cruzan la explanada, llevando al Niño en sus brazos. Simeón espera a la entrada. Simeón se adelanta para saludar a la Madre con los brazos extendidos, recibe al Niño y bendice a Dios, diciendo: «Ahora, Señor, puedes dejar que tu siervo se vaya en paz». Tres mensajes brillan en las palabras del anciano: «salvación, luz y gloria». Fiesta de la luz, en los templos; fiesta de las «candelas» —las fogatas de las calles—, que todavía se conservan en muchos pueblos. Ha de ser esta fiesta para la alegría, para la esperanza. Los viejos ritos —la presentación, la purificación— dan paso ya al Evangelio, a la Buena Noticia de nuestra salvación. Hoy, un recuerdo especial para la vida consagrada, que celebra su onomástica. En sus conventos y monasterios hablan con Dios, nos hablan de Dios, en la paz infinita de los claustros.