IV del T.O.
4° del salterio
Heb 12,18-19.21-24
/ Sal 47 / Mc 6,7-13
Domingo 05 Febrero
Sta. Águeda, m.o.
Avito de Vienne;
Jesús Méndez; Bta.
Isabel Canon Mora
PALABRA:
Marcos 6,7-13
En aquel tiempo, llamó Jesús a los Doce y los fue enviando de dos en dos, dándoles autoridad sobre los espíritus inmundos. Les encargó que llevaran para el camino un bastón y nada más, pero ni pan ni alforja, ni dinero suelto en la faja; que llevasen sandalias, pero no una túnica de repuesto. Y añadió: «Quedaos en la casa donde entréis, hasta que os vayáis de aquel sitio. Y si un lugar no os recibe ni os escucha, al marcharos sacudíos el polvo de los pies, para probar su culpa». Ellos salieron a predicar la conversión, echaban muchos demonios, ungían con aceite a muchos enfermos y los curaban.
La misión de los Doce
¡Qué hermosa misión la de los apóstoles! He aquí sus bellas pinceladas: primera, Jesús los envía de dos en dos, quizás porque se requiere el testimonio de dos personas para realizar una prueba legal. Segunda, los envía para «expulsar demonios», para liberar a la gente de las fuerzas del mal que causan tantos sufrimientos. Tercera, los envía perfilando sus siluetas como «testigos de lo que proclaman», para que sean ejemplo de sencillez, de desprendimiento: sin pan, sin alforjas, sin dinero. O lo que es lo mismo, a la intemperie, expuestos al riesgo de mil dificultades. Tres hermosas características para la vida de un cristiano: no se trata de «imponer la verdad», sino de «curar» primero las heridas; ser ejemplares en nuestra conducta; mantener la unidad de acción fraternal. Así de sencillo.
Señor, haznos apóstoles a la medida de tu corazón. Que nuestras siluetas transmitan el aroma de la fe, la fuerza del testimonio, el bálsamo de la caridad. Somos enviados tuyos al corazón de nuestros hermanos.
IV del T.O.
del salterio
Heb 12,4-7.11-15/
Sal 102 / Mc 6,1-6
Sábado 04 febrero
Andrés Corsini;
Juana de Valois
PALABRA:
Marcos 6,1-6
En aquel tiempo, fue Jesús a su pueblo en compañía de sus discípulos. Cuando llegó el sábado, empezó a enseñar en la sinagoga; la multitud que lo oía se preguntaba asombrada: «¿De dónde saca todo eso? ¿Qué sabiduría es esa que le han enseñado? ¿Y esos milagros de sus manos? ¿No es/este el carpintero, el hijo de María, hermano de Santiago y José y Judas y Simón? Y sus hermanas, ¿No viven con nosotros aquí?». Y esto les resultaba escandaloso. Jesús les decía: «No desprecian a un profeta más que en\ su tierra, entre sus parientes y en su casa». No pudo hacer allí ningún milagro, solo curó algunos enfermos imponiéndoles las manos. Y ‘se extrañó de su falta de fe. Y recorría los pueblos de alrededor enseñando.
Encontraremos el rechazo de los demás
Jesús se extraña del rechazo de los de su pueblo, pero es así. No le aceptan, no le reciben con el corazón abierto y la mente limpia. Tienen noticas de lo que hace, de su predicación, de sus milagros. Y le rechazan como persona. No admiten que sobresalga y no sea como uno de ellos. El problema de fondo reside precisamente en esa diferencia con los demás: su forma de ser, sus cualidades, sus destellos, no compaginan con la forma de ser y con los destellos de los demás. Nos ocurrirá siempre a todos, en muchos momentos: la gente, aun reconociendo luces y valores, rechaza alas personas, cuando no son del «montón». Este pasaje no puede pasar desapercibido para nosotros. Tiene aplicaciones muy prácticas en la vida. La actitud de Cristo nos invita a no «tirar la toalla», a proseguir nuestro camino de buen hacer: «recorría los pueblos de alrededor enseñando».
Un serio examen de conciencia constante, que es práctica canonizada en la más legítima espiritualidad cristiana, nos obliga a revisar siempre ala luz del Reino nuestra propia espiritualidad: ¿de dónde brotan mis actitudes para con los demás?