V del T.O. I a del salterio Gén 2,46-9.15-17 /Sal 103 /Mc 7,14-23
Na Sra. de Lourdes, m.I. Benito de Aniano; Gregorio II; Pascual I; Bto. Tobías Borras
PALABRA: Marcos 7,14-23 En aquel tiempo, llamó Jesús de nuevo a la gente y les dijo: «Escuchad y entended todos: Nada que entre de fuera puede hacer al hombre impuro; lo que sale de dentro es lo que hace impuro al hombre. El que tenga oídos para oír que oiga». Cuando dejó a la gente y entró en casa, le pidieron sus discípulos que les explicara la parábola. Él les dijo: «¿Tan torpes sois también vosotros? ¿No comprendéis? Nada que entre de fuera puede hacer impuro al hombre, porque no entra en el corazón, sino en el vientre, y se echa en la letrina». (Con esto declaraba puros todos los alimentos). Y siguió: «Lo que sale de dentro, eso sí mancha al hombre. Porque de dentro, del corazón del hombre, salen los malos propósitos, las fornicaciones, robos, homicidios, adulterios, codicias, injusticias, fraudes, desenfreno, envidia, difamación, orgullo, frivolidad. Todas esas maldades salen de dentro y hacen al hombre impuro».
Miremos hoy nuestro corazón Los maestros de la ley afirmaban que lo impuro venía de fuera: de ahí, la necesidad de las abluciones continuas, de tantos preceptos legales. Pero llega Jesús y cambia por completo el planteamiento: lo impuro surge de dentro y está en el comportamiento ético de las personas. Solamente lo que sale del corazón, de lo más hondo de cada uno, eso es lo que nos hará malas personas. Está claro el criterio de Jesús: las cosas de este mundo, de por sí, no encierran la maldad. La maldad se la ponemos nosotros: en la utilización, en las intenciones, en los resultados. Conviene que examinemos hoy nuestro corazón para ver bien cuáles son sus verdaderos contenidos. Jesús cura y sana, yendo primero al corazón, al interior de cada persona.
Virgen de Lourdes, Señora y Madre nuestra, en este Día del Enfermo, acércate a nuestras ciudades sanitarias, a nuestros hospitales, donde el dolor hace estragos en los cuerpos yen las almas. Limpia nuestras heridas y alivia nuestros padecimientos, con tus caricias de Madre buena.
V del TO. la del salterio Gén 1,20-2,4a/Sal 8 / Mc 7,1-13
Guillermo de
Malavalle;
Austreberta; Bto.
Alojzije Viktor
PALABRA:
Marcos 7,1-13
En aquel tiempo, se acercó a Jesús un grupo de fariseos con algunos escribas de Jerusalén y vieron que algunos discípulos comían con manos impuras, es decir, sin lavarse las manos. (Los fariseos, como los demás judíos, no comen sin lavarse antes las manos, restregando bien, aferrándose a la tradición de sus mayores, y al volver de la plaza no comen sin lavarse antes, y se aferran a otras muchas tradiciones, de lavar vasos, jarras y ollas). Según eso, los fariseos y los escribas preguntaron a Jesús: «¿Por qué comen tus discípulos con manos impuras y no siguen la tradición de los mayores?». Él les contestó: «Bien profetizó Isaías de vosotros, hipócritas, como está escrito: "Este pueblo me honra con los labios, pero su corazón está lejos de mí. El culto que me dan está vacío, porque la doctrina que enseñan son preceptos humanos". Dejáis a un lado el mandamiento de Dios para aferraros a la tradición de los hombres». Y añadió: «Anuláis el mandamiento de Dios por mantener vuestra tradición. Moisés dijo: "Honra a tu padre y a tu madre" y "el que maldiga a su padre o a su madre tiene pena de muerte': En cambio vosotros decís: Si uno le dice a su padre o a su madre: "Los bienes con que podría ayudarte los ofrezco al templo", ya no le permitís hacer nada por su padre o por su madre; invalidando la palabra de Dios con esa tradición que os transmitís; y como estas hacéis muchas».
Examinar nuestros labios y nuestro corazón De nuevo, los preceptos y rituales religiosos; de nuevo, el rigor de unas normas que están vacías, que llevan un «culto vacío». Jesús se enfrenta a los fariseos y a los escribas, Ilamárdolos «hipócritas», fuerte expresión para denunciar sus falsedades. Y realiza esa importante distinción: una cosa es honrar a Dios con los labios, y otra bien distinta, «honrarlo con el corazón». Dios mira nuestro corazón y sabe bien nuestras intenciones, nuestros valores, nuestra realidad interior, nuestra verdadera disposición con respecto a él. Fustiga esas «normas vacías», sin sentido, y defiende la atención a los desamparados, a los pobres, a los ancianos. Este evangelio nos invita a un profundo examen de conciencia, y a cuidar las palabras que pronunciamos con nuestros labios y los latidos de nuestro corazón.