III de Cuaresma
3° del salterio
Os 6,1-6 / Sal 50 / Lc
18,9-14
Martes 14 Marzo
Matilde; Florentina;
León; Pedro
Lucas 18,9-14
En aquel tiempo, a algunos que, teniéndose por justos, se sentían seguros de sí mismos y despreciaban a los demás, dijo Jesús esta parábola: «Dos hombres subieron al templo a orar. Uno era fariseo; el otro, un publicano. El fariseo, erguido, oraba así en su interior: "¡Oh Dios!, te doy gracias, porque no soy como los demás: ladrones, injustos, adúlteros; ni como ese publicano. Ayuno dos veces por semana y pago el diezmo de todo lo que tengo". El publicano, en cambio, se quedó atrás y no se atrevía ni a levantar los ojos al cielo; solo se golpeaba el pecho, diciendo: "¡Oh Dios!, ten compasión de este pecador". Os digo que este bajó a su casa justificado, y aquel no. Porque todo el que se enaltece será humillado, y el que se humilla será enaltecido».
Los «fariseos» y los «publicanos» de hoy
Sigue en nuestro tiempo, en nuestros días, la presencia de los «fariseos» y de los «publicanos», quizás con otros ropajes pero con las mismas características: el fariseo se ve a sí mismo como bueno, cumplidor de sus deberes, observante y sumiso a lo que está mandado; se siente seguro de sí mismo, de sus ideas, de su forma de vivir; desprecia a los que no piensan como él. En cambio, el publicano de hoy abunda entre la gente corriente, la gente sencilla: todos los que se sienten humillados, avergonzados, despreciados. El fariseo va por la vida con la cabeza alta, sin reprocharse nada; en cambio, el publicano tiene siempre la sensación de que su situación no es aceptada y se mueve entre los límites de la ilegalidad. Por eso, apenas si se atreve a manifestar su fe y su esperanza. Ya vemos cómo los mira Jesús y cómo los cataloga.
Cuando todo está perdido, cuando ya no hay salida, cuando la ayuda humana es impotente, cuando el dolor se vuelve absurdo, cuando ya no puedo más y Dios parece muerto y enterrado... ¡Espera! ¡Viene la resurrección!