V de Cuaresma
1° del salterio
Ez 37,21-28/Sal
ler 31,10-13 / in
11,45-57
Martes 28 Marzo
Sixto III; Gontrán;
Doroteo; José
Sebastián Pelczar
Juan 11,45-57
En aquel tiempo, muchos judíos que habían venido a casa de María, al ver lo que había hecho Jesús, creyeron en él. Pero algunos acudieron a los fariseos y les contaron lo que había hecho Jesús. Los sumos sacerdotes y los fariseos convocaron el Sanedrín y dijeron: «¿Qué hacemos? Este hombre hace muchos signos. Si lo dejamos seguir, todos creerán en él, y vendrán los romanos y nos destruirán el lugar santo y la nación». Uno de ellos, Caifás, que era sumo sacerdote aquel año, les dijo: «Vo
sotros no entendéis ni palabra; no comprendéis que os conviene que uno muera por el pueblo, y que no perezca la nación entera». Esto no lo dijo por propio impulso, sino que, por ser sumo sacerdote aquel año, habló proféticamente, anunciando que Jesús iba a morir por la nación; y no solo por la nación, sino también para reunir a los hijos de Dios dispersos. Y aquel día decidieron darle muerte. Por eso Jesús ya no andaba públicamente con los judíos, sino que se retiró a la región vecina del desierto, a una ciudad llamada Efraín, y pasaba allí el tiempo con los discípulos. Se acercaba la Pascua de los judíos, y muchos de aquella región subían a Jerusalén, antes de la Pascua, para purificarse. Buscaban a Jesús y, estando en el templo, se preguntaban: «¿Qué os parece? ¿No vendrá a la fiesta?». Los sumos sacerdotes y fariseos habían mandado que el que se enterase de dónde estaba les avisara para prenderlo.
«Y decidieron darle muerte...»
Jesús acaba de devolver la vida a Lázaro. Jesús, cada día que pasaba, tenía más poder de atracción sobre la gente. Y los dirigentes judíos se daban cuenta de que mucha gente tomaba a Jesús en serio. En ese momento, surge la alternativa: «O él o nosotros». Y tomaron la decisión lógica: «hay que darle muerte». Aquellos dirigentes se dan cuenta de que no pueden compaginar sus planteamientos con los de Jesús. Para nosotros, el problema principal radica cuando intentamos «compaginarlo todo». Y colocamos a Jesús en el centro de tantas actividades, actitudes y decisiones que no son evangélicas. Entonces, surge un cristianismo hipócrita, escandaloso.