Martes 11 Abril
Oficio propio
He 4,13-21 /Sal 117
/Mc 16,9-15
Octava de Pascua
Estanislao; Bta.
Elena Guerra; Bto.
Sinforiano Félix
Ducki
Marcos 16,9-15
Jesús, resucitado al amanecer del primer día de la semana, se apareció primero a María Magdalena, de la que había echado siete demonios. Ella fue a anunciarselo a sus compañeros, que estaban de duelo y llorando. Ellos, al oírle decir que estaba vivo y que lo había visto, no la creyeron. Después se apareció en figura de otro a dos de ellos que iban caminando a una finca. También ellos fueron a anunciarlo a los demás, pero no los creyeron. Por último, se apareció Jesús a los Once, cuando estaban a la mesa, y les echó en cara su incredulidad y dureza de corazón, porque no habían creído a los que lo habían visto resucitado. Y les dijo: «Id al mundo entero y proclamad el Evangelio a toda la creación».
La esperanza de las víctimas
Jesús sigue apareciéndose a sus discípulos, sin que acepten que está de nuevo en medio de ellos. Les cuesta trabajo creer en lo que ven, hasta el punto de que el Señor les echa en cara su incredulidad, su cerrazón. Hemos de contemplar hoy esa dimensión tan esperanzada de la resurrección, unida a la muerte de Cristo en la cruz. Dios no resucita a un muerto cualquiera. Dios resucita a un crucificado. Surge la pregunta en lo más profundo de nuestro corazón: «¿qué va a ser de las víctimas?, ¿qué será de todos los crucificados de la tierra?». La resurrección de Jesús es el argumento que tenemos los cristianos para fundamentar la esperanza de las víctimas de la historia, para reivindicar la vida y la dignidad que les fueron arrebatadas por la violencia. «¿Qué será de las víctimas?». Será la vida, la resurrección, la plenitud.
No apaguéis el Espíritu. No apaguemos la fe en Dios, nuestro Padre, no apaguemos la confianza en nosotros mismos, no apaguemos la amistad con los compañeros y compañeras, no apaguemos la esperanza en una resurrección que se nos brinda constantemente para superar todas las muertes de la tierra.