Jueves 20 Abril
III de Pascua
3° del salterio
He 6,8-15 /Sal 118
/In 6,22-29
Telmo; Sulpicio y
Serviano; Inés de
Montepulciano
PALABRA:
Juan 6,22-29
Después que Jesús hubo saciado a cinco mil hombres, sus discípulos lo vieron caminando sobre el lago. Al día siguiente, la gente que se había quedado al otro lado del lago notó que allí no había habido más que una lancha y que Jesús no había embarcado con sus discípulos, sino que sus discípulos se habían marchado solos. Entretanto, unas lanchas de Tiberíades llegaron cerca del sitio donde habían comido el pan sobre el que el Señor pronunció la acción de gracias. Cuando la gente vio que ni Jesús ni sus discípulos estaban allí, se embarcaron y fueron a Cafarnaún en busca de Jesús. Al encontrarlo en la otra orilla del lago, le preguntaron: «Maestro, ¿cuándo has venido aquí?». Jesús les contestó: «Os lo aseguro, me buscáis, no porque habéis visto signos, sino porque comisteis pan hasta saciaros. Trabajad, no por el alimento que perece, sino por el alimento que perdura para la vida eterna, el que os dará el Hijo del hombre; pues a este lo ha sellado el Padre, Dios». Ellos le preguntaron: «Y, ¿qué obras tenemos que hacer para trabajar en lo que Dios quiere?». Respondió Jesús: «La obra que Dios quiere es esta: que creáis en el que él ha enviado».
Curar y alimentar, dos tareas básicas
Hay dos temas que aparecen siempre en el evangelio: la salud de los enfermos y la comida de los que carecen de alimentación. Jesús se acerca a los enfermos, les devuelve la dignidad perdida, sana sus heridas, cura sus enfermedades. Jesús multiplica los panes y establece la vía del amor para solucionar el problema del hambre: compartir lo que tenemos con los demás, abrir nuestro corazón a los problemas, preocuparnos por los que lo pasan mal. No acabamos de solucionar el problema del hambre, porque solo buscamos el pan material sin fijarnos ni preocuparnos por los manantiales del amor y de la justicia, que serán, al fin, los verdaderos cauces que proporcionen alimentos a la humanidad. El problema radica en la falta de fe, es decir, en la falta de una motivación superior, de una voluntad y de una fuerza superior, que nos haga sensibles a la solidaridad, a la necesidad de compartir y de implantar la justicia en el mundo.