IV de Pascua
4° del salterio
He 11,19-26/Sal 86
/Jn 10,22-30
S. Pedro Chanel
/ S. Luis María
Grignion de
Montfort, m.I.
Gianna Beretta;
Prudencio;Vidal
Juan 10,22-30
Se celebraba en Jerusalén la fiesta de la Dedicación del templo. Era invierno, y Jesús se paseaba en el templo por el pórtico de Salomón. Los judíos, rodeándolo, le preguntaban: «¿Hasta cuándo nos vas a tener en suspenso? Si tú eres el Mesías, dínoslo francamente». Jesús les respondió: «Os lo he dicho, y no creéis; las obras que yo hago en nombre de mi Padre, esas dan testimonio de mí. Pero vosotros no creéis, porque no sois ovejas mías. Mis ovejas escuchan mi voz, y yo las conozco, y ellas me siguen, y yo les doy la vida eterna; no perecerán para siempre, y nadie las arrebatará de mi mano. Mi Padre, que me las ha dado, supera a todos, y nadie puede arrebatarlas de la mano del Padre. Yo y el Padre somos uno».
Son los fariseos los que piden a Cristo que hable con franqueza. ¡Tremenda paradoja! Los maestros del sofisma y del engaño, los seculares portadores de una salvación imposible para ellos y para los demás, exigen la Palabra encarnada, palabra veraz, que hable con verdad y sencillez. ¿Se puede brindar a nuestra consideración mayor sin-sentido? Con todo, la escena nos sirve para recordar que queremos responder sinceramente a cada una de las circunstancias de la vida. Deseamos, por todos los medios, escapar de la doblez farisaica que conduce a la soledad y al aislamiento. ¿Qué podemos hacer para ser más sinceros? Escuchar y meditar las palabras de Pedro: «Señor, ¡Tú lo sabes todo!». Gustar la presencia de Dios es el mejor modo de decir siempre la verdad al prójimo y al Señor, siempre presente. Somos veraces con los demás porque somos verdaderos delante de Dios.
Tenemos miedo de aparecer con nuestros defectos, Señor, que el pueblo de Dios nos ayudaría a corregir. Quizás no tenemos bastante fe en la Iglesia llevada por el Espíritu. Todo es cuestión de que logre esa sintonía entre mi fe y mi vida. La verdad consiste en «ser», no «aparentar».