Domingo 30 Abril
IV de Pascua
4a del salterio
He 13,13-25/Sal 88
/Jn 13,16-20
S. Pío V, m.I.
Amador, Pedro y
Luis; José Benito
Cottolengo; María
de la Encarnación
Guyart
PALABRA:
Juan 13,16-20
Cuando Jesús acabó de lavar los pies a sus discípulos, les dijo: «Os aseguro, el criado no es más que su amo, ni el enviado es más que el que lo envía. Puesto que sabéis esto, dichosos vosotros si lo ponéis en práctica. No lo digo por todos vosotros; yo sé bien a quiénes he elegido, pero tiene que cumplirse la Escritura: "El que compartía mi pan me ha traicionado". Os lo digo ahora, antes de que suceda, para que cuando suceda creáis que yo soy. Os lo aseguro: El que recibe a mi enviado me recibe a mí; y el que a mí me recibe, recibe al que me ha enviado».
Descubrir a Dios en el prójimo
Jesús nos descubre el secreto: «el que recibe a mi enviado, me recibe a mí, y el que a mí me recibe, recibe al que me ha enviado». Hay una pregunta punzante para estas palabras de Jesús: «¿Por qué, entonces, tratamos con más respeto "lo sagrado", que lo "profano"? ¿Por qué a muchas personas les preocupa más "lo sagrado" que lo "laico" o lo "civil"?». Deberíamos trasladar nuestro silencio, nuestro fervor, nuestro recogimiento y la devoción que sentimos y tenemos en el templo, en los lugares sagrados, hasta los hermanos más débiles, más frágiles, más necesitados. Ahí radicaba, por ejemplo, la clave de la caridad de Teresa de Calcuta: «En cada rostro humano percibo y contemplo el rostro de Jesús». En todo lo verdaderamente humano está Dios. Ojalá lleguemos y vivamos este hermoso descubrimiento.
Todos nosotros reconocemos en la Eucaristía la presencia real de Cristo. Desgraciadamente, no acostumbramos a creer en la presencia real del mismo Cristo, en la Iglesia, en sus miembros, sobre todo en los más pobres, en los miembros que sufren persecución y martirio, en las comunidades, en los más abandonados y solitarios.