domingo, 7 de mayo de 2017

CULTÍVATE CON LA PALABRA QUE ES VIDA DEL DOMINGO 07/05/2017 (CELEBRACIÓN DEL DÍA DE LAS MADRES)







Domingo 07 Mayo
V de Pascua.
lº del salterio
He 15,7-21 /Sal 95
/In 15,9-11








Nª Sra. de la Victoria;
Benedicto II; Gisela;
Rosa Venerili


PALABRA:
Juan 15,9-11
En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: «Como el Padre me ha amado, así os he amado yo; permaneced en mi amor. Si guardáis mis mandamientos, permaneceréis en mi amor; lo mismo que yo he guardado los mandamientos de mi Padre y permanezco en su amor. Os he hablado de esto para que mi alegría esté en vosotros, y vuestra alegría llegue a plenitud».





Jesús habla de la alegría
He aquí un texto en el que Jesús nos habla de la alegría: la ofrece y la quiere para sus discípulos. La alegría no se comunica ni se adquiere por decreto, sino por contagio. El que la tiene, la transmite a los que viven con él. Jesús quiere un cristianismo y unos cristianos que transmitan alegría, felicidad, bienestar. En muchas épocas de la historia, el cristianismo ha acentuado el ancho campo de las prohibiciones, hasta el punto de que se ha considerado como «aguafiestas». Mucha gente tiene del cristianismo una idea de sufrimiento, de negritud, de caras serias y rostros desolados. Ha de surgir un movimiento que nos presente el rostro alegre de un Dios cercano, que acoge, comprende, perdona y siembra felicidad. Dios es la alegría de la plenitud.



Señor, por encima de nuestros problemas y preocupaciones, concédenos el don de la alegría, que no consiste en reír sino en sonreír a la vida, a todos los que llaman a la puerta de nuestro corazón.



              


                                     


CULTÍVATE CON LA PALABRA QUE ES VIDA DEL SÁBADO 06/05/2017


Sábado 06 Mayo
V de Pascua
lº del salterio

He 15,1-6 / Sal 121 / 
Jn 15,1-8





Domingo Savio;
Judit; Benedicta; 
Heliodoro; Francisco 
de Laual; Bto.

Enrique Kaczorowski 
y comp.

PALABRA:
Juan 15,1-8
En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: «Yo soy la verdadera vid, y mi Padre es el labrador. A todo sarmiento mío que no da fruto lo arranca, y a todo el que da fruto lo poda, para que dé más fruto. Vosotros ya estáis limpios por las palabras que os he hablado; permaneced en mí, y yo en vosotros. Como el sarmiento no puede dar fruto por sí, si no permanece en la vid así tampoco vosotros, si no permanecéis en mí. Yo soy la vid, vosotros los sarmientos; el que permanece en mí y yo en él, ese da fruto abundante; porque sin mí no podéis hacer nada. Al que no permanece en mí lo tiran fuera, como el sarmiento, y se seca; luego los recogen y los echan al fuego, y arden. Si permanecéis en mí, y mis palabras permanecen en vosotros, pedid lo que deseáis, y se realizará. Con esto recibe gloria mi Padre, con que deis fruto abundante; así seréis discípulos míos».


El primer fruto: permanecer en Jesús
¡Cuántas veces nos habla el Señor de los frutos, de las obras, de las acciones de nuestra vida! ¡Y cuántas veces nosotros nos empeñamos en vivir un cristianismo de sentimientos y de emociones, de piedad sensible! ¡Cuántas veces nos empeñamos en caminar por nuestra cuenta, como «sarmientos solitarios»! El Señor nos pide que estemos unidos a la vid, que «permanezcamos en Él», para que así podamos dar fruto. El primero de los frutos ha de ser nuestra oración, la escucha de su Palabra, la contemplación de su reino. Hay un primer fruto espiritual, antes de que lleguen los frutos materiales. Y acaso sea esa una de nuestras más fuertes contradicciones: «buscar el éxito externo, antes que nuestros triunfos interiores»: «permanecer unidos a Jesús».




Señor, el primer fruto de mi vida ha de ser la unión contigo, la amistad profunda, intensa, que brota en raudales de gracias. Es el primer fruto que quiero en mi vida. Y que resuenen constantemente tus palabras en mi corazón: permanece en Mí.







                                





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