Lunes 15 Mayo
VI de Pascua
2° del salterio
He 18,9-18 / Sal
46 / In 16,20-23a
(o bien: Sant 5,7-
8.11.16-18 /Sal 1 /
In 15,1-7)
S. Isidro
Labrador, m.o.
Eufrasio; Indalecio
Juan 16,20-23a
En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: «Os aseguro que lloraréis y os lamentaréis vosotros, mientras el mundo estará alegre; vosotros estaréis tristes, pero vuestra tristeza se convertirá en alegría. La mujer cuando va a dar a luz, siente tristeza, porque ha llegado su hora; pero, en cuanto da a luz al niño, ni se acuerda del apuro, por la alegría de que al mundo 1e ha nacido un hombre. También vosotros ahora sentís tristeza; pero volveré a veros, y se alegrará vuestro corazón, y nadie os quitará vuestra alegría. Ese día no me preguntaréis nada».
La amistad con Dios
¡Cuántas veces se habla de la amistad con Dios! San Josemaría tiene un precioso libro de homilías, al que puso este título: Amigos de Dios. ¿Podemos ser amigos de Dios? La verdad es que somos algo mucho más importante: somos hijos e hijas de Dios. La «filiación divina» constituye las verdaderas señas de identidad de un cristiano. Pero Jesús nos pone una condición: «hacer lo que Él nos dice», o lo que es lo mismo, «vivir esa amistad con Él». Jesús pone el acento en las obras, en la vida misma, en los frutos. El amigo que lo es solo de palabra no es un verdadero amigo. El amigo sintoniza porque vive esa amistad con sus más hermosos destellos: la entrega, la generosidad, la bondad, el enriquecimiento personal y mutuo, las acciones que transparentan el verdadero cariño.
No tendrá sentido celebrar a Cristo si Él no es el sentido de mi vida y el motor de mi acción. El amor no es bueno por ser mandamiento, mas por ser amor. El amor no se demuestra solo con las palabras por muy hermosas que sean sino con las obras de fidelidad, con los frutos de la amistad.