X del T. O.
2° del salterio
2Cor 1,18-22/Sal
118 / Mt 5,13-16
S. Efrén, m.I.
José de Anchieta;
Bta. Ana Ma
Giannetti Taigi;
Bto. Luis Boccardo
Mateo 5,13-16
En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: «Vosotros sois la sal de la tierra. Pero si la sal se vuelve sosa, ¿con qué la salarán? No sirve más que para tirarla fuera y que la pise la gente. Vosotros soisla luz del mundo. No se puede ocultar una ciudad puesta en lo alto de un monte. Tampoco se enciende una lámpara para meterla debajo del celemín, sino para ponerla en el candelero y que alumbre a todos los de casa. Alumbre así vuestra luz a los hombres, para que vean vuestras buenas obras y den gloria a vuestro Padre que está en el cielo».
Vidas que enriquecen
Jesús nos invita a que seamos «sal de la tierra y luz del mundo». Es decir, a que transformemos el mundo, como nos dijera Pío XII, «de salvaje en humano, de humano en cristiano, y de cristiano en santo». Esa transformación no es tarea de un día, ni de un año, sino de una vida entera. Vivimos no solo para nosotros sino para los demás. «La vida nos ha sido dada —escribía Tagore— y solo se merece dándola». El cristiano ha de sentirse «lámpara» que ofrece luz en las tinieblas; «sal» que sazona y da sabor, que da sentido a nuestro caminar. Y ha de hacerlo con sencillez y encanto, con la palabra humilde y confiada, con el gesto anónimo y hermoso, con una presencia que irradie a Cristo. Porque el cristiano tiene en sus manos la misión de hacer presente al Señor en los caminos de la historia.
Evangelizar es ir comunicando la Buena Noticia de Jesús a la posible inmensa mayoría, para ir transformando el mundo según el designio de Dios Padre. Y esa es nuestra misión: comunicar la Buena Noticia y comunicarse cada uno de nosotros como Buena Noticia viviente.