Lunes 03 Julio
Oficio de la f
Ef 2,19-2 2 / Sa1 116
/In 20,24-29
Sto. Tomás, f.
León II; Eutiquiano;
Jacinto; Menelao
Juan 20,24-29
Tomás, uno de los Doce, llamado el Mellizo, no estaba con ellos cuando vino Jesús. Y los otros discípulos le decían: «Hemos visto al Señor». Pero él les contestó. «Si no veo en sus manos la señal de los clavos, si no meto el dedo en el agujero de los clavos y no meto la mano en su costado, no lo creo». A los ocho días estaban otra vez dentro los discípulos y Tomás con ellos. Llegó Jesús, estando cerradas las puertas, se puso en medio y dijo: «Paz a vosotros». Luego dijo a Tomás: «Trae tu dedo, aquí tienes mis manos; trae tu mano y métela en mi costado; y no seas incrédulo, sino creyente». Contestó Tomás «¡Señor mío y Dios mío!». Jesús le dijo: «¿Porque me has visto has creído? Dichosos los que crean sin haber visto».
Los buscadores de Dios
Hoy se habla mucho de los «buscadores de Dios», todos aquellos que abren sus conciencias libres a los grandes interrogantes: «¿quién soy?», «de dónde vengo?», «¿adónde voy?». Son personas que se alejan de los afanes y prisas de cada día para reflexionar en los claustros de un monasterio, o los que se van a una residencia de ancianos, o los que visitan un centro de gente abandonada y excluida. Son, sencillamente, «buscadores de Dios». Tomás vio y tocó las llagas del dolor y de la muerte. Palpó las cicatrices del sufrimiento. Tomás se dio de cara con la fe: «¡Señor mío y Dios mío!». Jesús nos sigue diciendo hoy: «Dichosos los que creen sin haber visto». Sigamos buscándole. Le encontraremos donde hay una lágrima que enjugar, un dolor que aliviar, un sufrimiento que compartir. «Con vosotros estoy —nos dirá el Señor— y no acabáis de reconocerme. Soy yo. Ved las llagas de mis manos y de mi costado».
Señor, todos queremos verte, tocarte, palparte, hablar contigo, escuchar tu Palabra de vida eterna. Lástima que no sepamos descubrirte en tantos hermanos nuestros, en tantas voces amigas, en tantas manos abiertas de par en par para recibirnos.