Martes 04 Julio
XIII del TO.
1º del salterio
Gén 27,1-5.15-29
/Sal 134 /Mt
9,14-17
Sta. Isabel de
Portugal, m.l.
Laureano; Valentín
Berriochoa; Ageo;
Oseas; Udalrico; Bto.
Pier Giorgio Frassati
Mateo 9,14-17
En aquel tiempo, se acercaron los discípulos de Juan a Jesús, preguntándole: «¿Por qué nosotros y los fariseos ayunamos a menudo y, en cambio, tus discípulos no ayunan?». Jesús les dijo: «¿Es que pueden guardar luto los invitados a la boda, mientras el novio está con ellos? Llegará un día en que se lleven al novio, y entonces ayunarán. Nadie echa un remiendo de paño sin remojar a un manto pasado; porque la pieza tira del manto y deja un roto peor. Tampoco se echa vino nuevo en odres viejos, porque revientan los odres; se derrama el vino, y los odres se estropean; el vino nuevo se echa en odres nuevos, y así las dos cosas se conservan».
Huir de un cristianismo «aguafiestas»
Esta página del evangelio desprende un aroma de fiesta y de alegría. Acaso muchas veces ha primado la idea de un cristianismo «aguafiestas», cargado de seriedades y de lutos, que no tienen sentido. Las caras serias, los tonos sombríos, esa sensación de que hay que sufrir humanamente para gozar divinamente. Las privaciones deben tener sentido, porque si no caerían en el absurdo. Jesucristo nos habla de una alegría compartida, de un gozo que nos brota de caminar por la vida con una infinita esperanza. Sencillamente, porque no estamos solos, porque el Maestro nos lleva de la mano, porque su Palabra nos guía, porque su gracia nos sostiene. La presencia de Cristo en medio de nosotros ha de ser, debe ser una presencia de vida, de sonrisa abierta al presente y al futuro.