sábado, 22 de julio de 2017

CULTÍVATE CON LA PALABRA QUE ES VIDA DEL VIERNES 21/07/2017



Viernes 21 Julio
XVI del T.O.
4° del salterio
Éx 14,21-15,1 /
Sal ex 15,8-17 / Mt
12,46-50






Brindis, m.l.
Arbogastro; Daniel;
Víctor de Marsella;
Práxedes

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PALABRA:
Mateo 12,46-50
En aquel tiempo, estaba Jesús hablando a la gente, cuando su madre y sus hermanos se presentaron fuera, tratando de hablar con él. Uno se lo avisó: «Oye, tu madre y tus hermanos están fuera y quieren hablar contigo». Pero él contestó al que le avisaba: «¿Quién es mi madre y quiénes son mis hermanos?». Y, señalando con la mano a los discípulos, dijo: «Estos son mi madre y mis hermanos. El que cumple la voluntad de mi Padre del cielo, ese es mi hermano, y mi hermana, y mi madre».

Las relaciones de parentesco
Jesús se marcha de su casa para predicar la Buena Noticia de la salvación, para anunciar el reino de los cielos. Pero eso no quiere decir que abandone a su familia y, menos aún, que la desprecie. Lo que Jesús nos deja claro es que las relaciones de parentesco no son las más fuertes, ni tienen que ser las más determinantes para una persona. Por encima de la familia éstará siempre la vocación a la que Dios nos llama, los caminos que desea que recorramos en la realización del proyecto de nuestra vida. Habrá un momento en que tengamos que dejar padre, madre, vínculos familiares, porque Dios nos llama a emprender nuevos caminos.


Señor, haz que tenga mis oídos abiertos para escuchar tu voz, para saber bien lo que quieres de mí, lo que me propones, lo que deseas como proyecto principal de mi existencia. Si he de dejar mi familia, la dejaré. Porque habrá una familia nueva que me acoja y me proteja siempre.












viernes, 21 de julio de 2017

CULTÍVATE CON LA PALABRA QUE ES VIDA DEL JUEVES 20/07/2017



Jueves 20 Julio
XVI del TO.
4° del salterio 
Éx 14,5-18 / Sal 
Éx 15,1-6 / Mt 
12,38-42






S. Apolinar, m.l. 
Elías; José Ma Díaz 
Sanxurxo; Elia; Btas. 
Rita Dolores Pujalte 
y Francisca Aldea


PALABRA:
Mateo 12,38-42
En aquel tiempo, algunos de los escribas y fariseos dijeron a Jesús: «Maestro, queremos ver un signo tuyo». Él les contestó: «Esta generación perversa adúltera exige un signo; pero no se le dará más signo que el del profeta Jonás. Tres días y tres noches estuvo Jonás en el vientre del cetáceo; pues tres días y tres noches estará el Hijo del hombre en el seno de la tierra. Cuando juzguen a esta generación, los hombres de Nínive se alzarán y harán que la condenen, porque ellos se convirtieron con la predicación de Jonás, y aquí hay uno que es más que Jonás. Cuando juzguen a esta generación, la reina del Sur se levantará y hará que la condenen, porque ella vino desde los confines de la tierra, para escuchar la sabiduría de Salomón, y aquí hay uno que es más que Salomón».

Todos queremos un signo tuyo
Todos piden un signo, un milagro, aunque sea pequeño. Todos queremos una prueba, un prodigio, algo que nos haga tocar, palpar, sentir la presencia de Dios a nuestro lado. Y en muchas ocasiones, somos nosotros los que sugerimos a Dios cómo debe ayudarnos, cómo queremos que esté en nuestra vida y, a la par, cuáles son los problemas que nos tiene que solucionar. El gran signo es la muerte y resurrección del Señor, manantial de plenitudes y eternidades. La fe no consiste en protagonizar un milagro sino en abrirnos a Dios, a su Palabra que nos invita a seguirle. Él nos dirá cómo y por qué caminos. Así brotará nuestra confianza sin límites, no por los signos visibles sino por nuestro amor a Jesús.


Señor, en el silencio y en la soledad, en la tribulación y en la desolación, en los momentos de luz y en los días de tinieblas, yo quiero estar a tu lado, seguir tus pasos, confiar en tus palabras. Mi fe quiere ser la gran apuesta por Ti.



 
            





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