Viernes 11 Agosto
XIX del TO.
3° del salterio
Dt 31,1-8 /Sal Dt
32,3-12 / Mt 18,1-
5.10.12-14
S. Clara de Asís.
m.o.
Susana; Cristina;
Digna; Rufino; Bto.
Mauricio Tornay
Mateo 18,1-5.10.12-14
En aquel momento, se acercaron los discípulos a Jesús y le preguntaron: «¿Quién es el más importante en el Reino de los cielos?». Él llamó a un niño, lo puso en medio y dijo: «Os aseguro que, si no volvéis a ser como niños, no entraréis en el Reino de los cielos. Por tanto, el que se haga pequeño como este niño, ese es el más grande en el Reino de los cielos. El que acoge a un niño como este en mi nombre me acoge a mí. Cuidado con despreciar a uno de estos pequeños, porque os digo que sus ángeles están viendo siempre en el cielo el rostro de mi Padre celestial. ¿Qué os parece? Suponed que un hombre tiene cien ovejas: si una se le pierde, ¿no deja las noventa y nueve en el monte y va en busca de la perdida? Y si la encuentra, os aseguro que se alegra más por ella que por las noventa y nueve que no se habían extraviado. Lo mismo vuestro Padre del cielo: no quiere que se pierda ni uno de estos pequeños».
Descubrir el tesoro
¡Qué diferencia entre los tesoros humanos y los tesoros divinos! Los discípulos comienzan con su escala de valores: «la importancia de ser importantes, de recibir honores y prebendas, de ocupar los primeros puestos, la buena imagen, el buen nombre, la dignidad, los cargos que ofrecen brillantez». Para Jesús, en cambio, no vale esta tabla de valores. Jesús plantea y ofrece con la imagen del niño pequeño otra escala: «abajarse», «hacerse también pequeños». El reino de los cielos será para los «pequeñuelos», para los pobres, para los que ponen su confianza en el corazón de Dios. Desmonta la escala de los «valores» del mundo y propone la sencillez y la humildad.
Como cristianos no podemos permanecer indiferentes ante la secularización de un mundo que se aleja de Dios, que busca honores y poder, que desprecia a los sencillos, que aprisiona conciencias. Hemos de ofrecer vida, ejemplo, testimonio, la humilde luz de la antorcha de nuestra fe.