Jueves 31 Agosto
XXII dell:O.
2° del salterio
1Tes 4,13-18 /Sal
95 / Lc 4,16-30
Ramón Nonato;
Paulino de Tréveris;
Aidano; Abundio;
Bto. Pere Tarrés
Lucas 4,16-30
En aquel tiempo, fue Jesús a Nazaret, donde se había criado, entró en la sinagoga, como era su costumbre los sábados, y se puso en pie para hacer la lectura. Le entregaron el libro del profeta Isaías y, desenrollándolo, encontró el pasaje donde estaba escrito: « Espíritu del Señor está sobre mí, porque él me ha ungido. Me ha enviado para anunciar el Evangelio a los pobres, para anunciar a los cautivos la libertad, y a los ciegos la vista; para dar libertad a los oprimido para anunciar el año de gracia del Señor». Y, enrollando el libro, 1o devolvió al que le ayudaba y se sentó. Toda la sinagoga tenía los ojo fijos en él. Y él se puso a decirles: «Hoy se cumple esta Escritura que acabáis de oír». Y todos le expresaban su aprobación y se admiraba de las palabras de gracia que salían de sus labios. Y decían: «¿No es este el hijo de José?». Y Jesús les dijo: «Sin duda me recitaréis aquel refrán: "Médico, cúrate a ti mismo"; haz también aquí en tu tierra 1o que hemos oído que has hecho en Cafarnaún». Y añadió: «Os aseguro que ningún profeta es bien mirado en su tierra. Os garantizo que en Israel había muchas viudas en tiempos de Elías, cuando estuvo cerrado el cielo tres años y seis meses, y hubo una gran hambre en todo el país; sin embargo, a ninguna de ellas fue enviado Elías más que a una viuda de Sarepta, en el territorio de Sidón. Y muchos leprosos habían en Israel en tiempos del profeta Eliseo; sin embargo ninguno de ellos fue curado, más que Naamán, el sirio». Al oír esto todos en la sinagoga se pusieron furiosos y, levantándose, lo empujaron fuera del pueblo hasta un, barranco del monte en donde se alzaba su pueblo, con intención de despeñarlo. Pero Jesús se abrió paso entre ellos y se alejaba.
No permitas, Señor, que permanezca postrado para siempre en mi fracaso. Levántame y haz que camine de nuevo, que reemprenda el camino de las nuevas ilusiones. Y, sobre todo, que sepa tender mi mano a todos los postrados de la tierra.