Sábado 2 Septiembre
XXII del T.O.
2° del salterio
Col 1,1-8/SaI51/
Lc 4,38-44
Antolín; Bto.
Francisco Dardán
y comp.
Lucas 4,38-44
En aquel tiempo, al salir Jesús de la sinagoga, entró en casa de Simón. La suegra de Simón estaba con fiebre muy alta y le pidieron que hiciera algo por ella. Él, de pie a su lado, increpó a la fiebre, y se le pasó; ella, levantándose enseguida, se puso a servirles. Al ponerse el sol, los que tenían enfermos con el mal que fuera se los llevaban; y él, poniendo las manos sobre cada uno, los iba curando. De muchos de ellos salían también demonios, que gritaban: «Tú eres el Hijo de Dios». Los increpaba y no les dejaba hablar, porque sabían que él era el Mesías. Al hacerse de día, salió a un lugar solitario. La gente andaba buscando; dieron con él e intentaban retenerlo para que no se les fuese. Pero él les dijo: «También a los otros pueblos tengo que anunciarles el reino de Dios, para eso me han enviado». Y predicaba en las sinagogas de Judea.
Así era la agenda de Cristo
La agenda de Cristo es diáfana: «Hablaba, curaba, oraba». Las tres actividades que dan reflejadas en esta página del evangelio. Hablaba a la gente con un lenguaje nuevo, no para repetirle los viejos preceptos, con nuevas cargas sobre los hombros, sino para ofrecerles nuevos horizontes. Curaba a los enfermos, les recibía, les alentaba, les animaba. Y oraba en el monte, buscando siempre un lugar solitario, alejado de Ia multitud. La agenda del Señor puede servirnos de ejemplo para confeccionar nuestras agendas: formarnos cada día; realizar nuestras actividades y obligaciones; buscar unos minutos de oración y adoración a solas con el Señor, ante un Sagrarioo. Serán así nuestras jornadas, oasis de luz y de alegría.
Señor, haz que yo tenga también una agenda como la tuya, rebosante de actividades que llenen por completo mi vida, que la hagan mejor cada día, que me permitan conseguir una vida lograda.