Sábado 09 Septiembre
XXIII del T.O.
3º del salterio
Col 3,1-71 /Sal 144
/ Lc 6,20-26
S. Pedro Claver,
ml.
María de la Cabeza;
Nª Sra. de Aránzazu;
Audomaro; Bta.
Ángela Salawa
Lucas 6,20-26
En aquel tiempo, Jesús, levantando los ojos hacia sus discípulos, les dijo: «Dichosos los pobres, porque vuestro es el reino de Dios. Dichosos los que ahora tenéis hambre, porque quedaréis saciados. Dichosos los que ahora lloráis, porque reiréis. Dichosos vosotros, cuando os odien los hombres, y os excluyan, y os insulten, y proscriban vuestro nombre como infame, por causa del Hijo del hombre. Alegraos ese día y saltad de gozo, porque vuestra recompensa será grande en el cielo. Eso es lo que hacían vuestros padres con los profetas. Pero, ¡ay de vosotros, los ricos!, porque ya tenéis vuestro consuelo. ¡Ay de vosotros, los que ahora estáis saciados!, porque tendréis hambre. ¡Ay de los que ahora reís!, porque haréis duelo y lloraréis. ¡Ay si todo el mundo habla bien de vosotros! Eso es lo que hacían vuestros padres con los falsos profetas».
¡Dios nos ofrece el motor del cambio!
Las bienaventuranzas nos plantean siempre la lucha entre el «ser».y el «tener»; entre «las cosas» y «las personas»; entre lo «humano» y lo «material». El reino de Dios es la fuerza que puede cambiar este mundo, porque el mundo no se cambiará por el poder, por la lucha entre los pueblos y naciones, por el dinero, por los sistemas económicos, por la mejor planificación técnica de todas las posibles. El mundo será transformado por la acción de Dios, por los valores de su reino. Y el verdadero motor no se centra en «los bienes materiales» sino en «el corazón de las personas». Ahí es donde actúa Dios, a través de «la fuerza que viene de lo Alto». Con este planteamiento nos dará gusto leer y releer las bienaventuranzas porque iremos descubriendo la diferencia entre «el ser» y «el tener», entre «una persona» y «una cosa», entre «un corazón» y «una espada».
¡No se puede servir a dos señores: al pueblo y al poder, al Reino y al sistema, al Dios de Jesucristo y al diablo del dinero! ¡Danos, Señor, el poder de tu Palabra y la fuerza de tu gracia para seguir caminando!