Viernes 15 Septiembre
XXIV del TO.
4º del salterio
1Tim 3,1-13 /Sal 100
/Lc 7,11-17 (o bien:
Heb 5,7-9 /Sa130 /In
19,25-27 [Lc
2,33-35])
Na Sra. de los
Dolores, m.o.
Na Sra. del Camino;
Catalina; Nicomedes
PALABRA:
Lucas 7,11-17
En aquel tiempo, iba Jesús camino de una ciudad llamada Naín, e iban con él sus discípulos y mucho gentío. Cuando se acercaba a la entrada de la ciudad, resultó que sacaban a enterrar a un muerto, hijo único de su madre, que era viuda; y un gentío considerable de la ciudad la acompañaba. Al verla el Señor, le dio lástima y le dijo: «No llores». Se acercó al ataúd, lo tocó (los que lo llevaban se pararon) y dijo: «¡Muchacho, a ti te lo digo, levántate!». El muerto se incorporó y empezó a hablar, y Jesús se lo entregó a su madre. Todos, sobrecogidos, daban gloria a Dios, diciendo: «Un gran Profeta ha surgido entre nosotros. Dios ha visitado a su pueblo». La noticia del hecho se divulgó por toda la comarca y por Judea entera.
«A ti te lo digo, ¡levántate!»
La escena es conmovedora. En Naín ha muerto un joven, hijo de una mujer viuda. Jesús se acerca al entierro, al oír el griterío de las plañideras. Vemos los compases de la actuación del Señor, que se repiten constantemente en el desarrollo de su misión: primero, ese «no llores» a la pobre mujer, para consolarla; segundo, la solución eficaz al problema real: «joven, a ti te lo digo, ¡levántate!»; tercero, la generosidad y el enriquecimiento personal que Jesús busca y ofrece siempre: «se lo entregó a su madre». El cristianismo, en su entraña más viva, busca la solución de nuestros problemas, a través del amor. Dios quiere que seamos felices, que no tengamos hambre, que curemos nuestras enfermedades, que nos relacionemos como hermanos. Dios ofrece vida, salud, salvación, esperanza, solución para todos los interrogantes de nuestra vida.