Jueves 16 Noviembre
XXXIII del 1:0.
la del salterio
1Mac 1,10-1541-43.
54-5762-64/Sal
118 / 1.c 18,35-43
Sta. Margarita
de Escocia / Sta.
Gertrudis, m.I.
Inés de Asís; Otmaro;
Edmundo Rich; José
Moscati
Lucas 18,35-43
En aquel tiempo, cuando se acercaba Jesús a Jericó, había un ciego sentado al borde del camino, pidiendo limosna. Al oír que pasaba gente, preguntaba qué era aquello; y le explicaron: «Pasa Jesús Nazareno». Entonces gritó: «Jesús, hijo de David, ten compasión de mí!». Los que iban delante le regañaban para que se callara, pero él gritaba más fuerte: «¡Hijo de David, ten compasión de mí!». Jesús se paró y mandó que se lo trajeran. Cuando estuvo cerca, le preguntó: «¿Qué quieres que haga por ti?». Él dijo: «Señor, que vea otra vez». Jesús le contestó: «Recobra la vista, tu fe te ha curado». En seguida recobró la vista y lo siguió glorificando a Dios. Y todo el pueblo, al ver esto, alababa a Dios.
No callar nunca ante el Señor
Impresionante escena: aquel ciego, al oír que pasaba Jesús, comienza a gritar, con un acto hermoso de fe: «Jesús, hijo de David, ten compasión de mí»; y aquellos acompañantes del Maestro que quieren obligarle a que se calle, como tantas veces nos ocurre en nuestras vidas, en nuestras oscuridades, cuando escuchamos esa voz que nos dice: «tú, a tu cuneta; tú, a tu oscuridad; tú, a continuar con tu ceguera, a continuar con tu adicción, con tu esclavitud». Son las voces de siempre: por una parte, en aquella ocasión, quieren agradar al Maestro; por otra, en las ocasiones de hoy, quieren agradar al poder. No quieren que hablemos, no quieren que salgamos de nuestra aflicción, de nuestra postración. Además, son voces cambiantes, como las veletas. Cuando Jesús llama al ciego, le dicen: «Ea, venga, que te llama». Esta lección de la escena tiene hoy una palpitante actualidad.
Señor, todos padecemos alguna ceguera: horizontes que no vemos; caminos que no recorremos; personas .a las que no hablamos; obligaciones que no cumplimos. Abre nuestros ojos y cura nuestras cegueras.