XXXIII del T.O.
1º del salterio
1Mac 4,36-37,52-
59/Sal 1Crón
29,10-12 / Lc
19,45-48
Félix de Valois; Bta.
Ángeles de S. José
Lucas 19,45-48
En aquel tiempo, entró Jesús en el templo y se puso a echar a los vendedores, diciéndoles: «Escrito está: "Mi casa es casa de oración"; pero vosotros la habéis convertido en una "cueva de bandidos"». Todos los días enseñaba en el templo. Los sumos sacerdotes, los escribas y los notables del pueblo intentaban quitarlo de en medio; pero se dieron cuenta de que no podían hacer nada, porque el pueblo entero estaba pendiente de sus labios.
«Mi casa es casa de oración»
De nuevo, Cristo aparece en escena para defender el espacio del templo material, profanado por aquellos cambistas y vendedores, que lo han convertido en una «cueva de ladrones». De nuevo, Cristo ante una realidad injusta y desoladora, que hay que cambiar, recuperar y devolverla a sus verdaderos contenidos. Y acomete la tarea con radicalidad, expulsando a los cambistas y derribando sus mesas. Cuando se trata de la «esencia» de las cosas, hay que actuar con rapidez y eficacia. Cuando algo se ha deteriorado o destruido, hay que levantarlo de nuevo. Tiene otras lecturas este pasaje, pero acaso la primera y más sencilla de todas sea la más real: no podemos cruzarnos de brazos ante las profanaciones. Hay que reaccionar con urgencia.
El pueblo entero estaba pendiente de la palabra de gracia que salía de la boca de Jesús. Quizás, por eso, los dirigentes religiosos acentúan su persecución y sus ganas de eliminar a Jesús. La actitud del Maestro nos invita a afrontar las situaciones difíciles, a pesar de las consecuencias.