XXXIV del T.O.
2° del salterio
Dan 6,12-28 /
Sal Dan 3,68-74/
Lc. 21,20-28
Leonardo de Porto
Mauricio; Conrado;
Silvestre; Siricio; Bto.
Santiago Alberione
PALABRA:
Lucas 21,20-28
En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: «Cuando veáis a Jerusalén sitiada por ejércitos, sabed que está cerca su destrucción. Entonces, los que estén en Judea, que huyan a la sierra; los que estén en la ciudad, que se alejen; los que estén en el campo, que no entren en la ciudad; porque serán días de venganza en que se cumplirá todo lo que está escrito. ¡Ay de las que estén encinta o criando en aquellos días! Porque habrá angustia tremenda en esta tierra y un castigo para este pueblo. Caerán a filo de espada, los llevarán cautivos a todas las naciones, Jerusalén será pisoteada por los gentiles, hasta que a los gentiles res llegue su hora. Habrá signos en el sol y la luna y las estrellas, y en la tierra angustia de las gentes, enloquecidas por el estruendo del mar y el oleaje. Los hombres quedarán sin aliento por el miedo y la ansiedad ante lo que se le viene encima al mundo, pues los astros se tambalearán. Entonces verán al Hijo del hombre venir en una nube, con gran poder y majestad. Cuando empiece a suceder esto, levantaos, alzad la cabeza: se acerca vuestra liberación».
El anuncio de calamidades que llegarán al mundo se va cumpliendo inexorablemente. Lucas nos ofrece la profecía de Jesús sobre los acontecimientos que precederán a la venida del Hijo del hombre. Pero lo más importante es la promesa de esperanza: «Alzad la cabeza, se acerca vuestra liberación». Ahí está la clave más importante: la que nos hace contemplar la historia con un sentido, con una presencia, la de Jesucristo como salvador de la humanidad, a la que rescata con el precio de su sangre en la cruz. La consecuencia es clara: nuestra preocupación no puede centrarse en lo que va a ocurrir o en lo que nos puede pasar, sino en que, junto a nosotros, hay siempre una mano infinita que nos libra del pecado, de la muerte, de las tinieblas, de la condenación.