Jueves 30 Noviembre
Oficio de la f.
Rom 10,9-18/Sal
18 / Mt 4,18-22
S. Andrés
apóstol, f.
Zósimo; Bernaldo;
Cutberto; Justina
Mateo 4,18-22
En aquel tiempo, pasando Jesús junto al lago de Galilea, vio a dos hermanos, a Simón, al que llaman Pedro, y a Andrés; su hermano, que estaban echando el copo en el lago, pues eran pescadores. Les dijo: «Venid y seguidme, y os haré pescadores de hombres». Inmediatamente dejaron las redes y lo siguieron. Y, pasando adelante, vio a otros dos hermanos, a Santiago, hijo de Zebedeo, y a Juan, que estaban en la barca repasando las redes con Zebedeo, su padre. Jesús los llamó también. Inmediatamente dejaron la barca y a su padre y lo siguieron.
Todos esperamos una llamada
Solemos decirlo en el lenguaje coloquial: «Estoy esperando una llamada». Quizás no hemos pensado que, en algún momento, esa llamada puede ser de Dios. A lo mejor no es por teléfono sino en vivo y en directo, en un día de retiro y de silencio: «Ven, sígueme». O, después de un gran fracaso, cuando apenas si tenemos fuerzas para levantarnos: «¿Qué haces ahí tumbado en el suelo, derrotado, desanimado? Ven conmigo». O, tal vez, ante una encrucijada difícil de nuestra vida, entre nubes amenazantes: «Piensa un poco. La vida hemos de jugarla siempre a una carta». Andrés escuchó la llamada del Señor y la siguió inmediatamente. Después, sería el primero en dar su vida por el Maestro, muriendo en una cruz en forma de aspa. Andrés fue un hombre de palabra radical y entrega generosa.
Señor, haz que escuchemos tu voz, que nos traerá siempre brisa de invitación. No importa dónde ni cuándo. Tu voz nos adentra en el mar de la felicidad.