Miércoles 20 Diciembre
IV de Adviento
4° del salterio
Miq 5,1-4a / Sal 79
/ Heb 10,5-10 / Lc
1,39-45
Tolomeo; Eugenio;
Teófilo; Librado;
Macario
PALABRA:
Miqueás 5,1-4a
Así dice el Señor: «Pero tú, Belén de Éfrata, pequeña entre las aldeas de Judá, de ti saldrá el jefe de Israel. Su origen es desde lo antiguo, de tiempo inmemorial. Los entrega hasta el tiempo en que la madre dé a luz, y el resto de sus hermanos retornará a los hijos de Israel. En pie, pastoreará con la fuerza del Señor, por el nombre glorioso del Señor, su Dios. Habitarán tranquilos, porque se mostrará grande hasta los confines de la tierra, y este será nuestra paz».
Salmo 79
Oh Dios, restáuranos, que brille tu rostro y nos salve.
Hebreos10,5-10
Hermanos: Cuando Cristo entró en el mundo dijo: «Tú no quie-res sacrificios ni ofrendas, pero me has preparado un cuerpo; no aceptas holocaustos ni víctimas expiatorias. Entonces yo dije lo que está escrito en el libro: "Aquí estoy, oh Dios, para hacer tu volun-tad"». Primero dice: «No quieres ni aceptas sacrificios ni ofrendas, holocaustos ni víctimas expiatorias», que se ofrecen según la Ley. Después añade: «Aquí estoy yo para hacer tu voluntad». Niega lo primero, para afirmar lo segundo. Y conforme a esa voluntad todos quedamos santificados por la oblación del cuerpo de Jesucristo, he-cha una vez para siempre.
Lucás 1,39-4
En aquellos días, María se puso en camino y fue aprisa a la montaña, a un pueblo de Judá; entró en casa de Zacarías y saludó a Isabel. En cuanto Isabel oyó el saludo de María, saltó la criatura en su vientre. Se llenó Isabel del Espíritu Santo y dijo a voz en grito: «¡Bendita tú entre las mujeres, y bendito el fruto de tu vientre! ¿Quién soy yo para que me visite la madre de mi Señor? En cuanto tu saludo llegó a mis oídos, la criatura saltó de alegría en mi vientre. Dichosa tú, que has creído, porque lo que te ha dicho el Señor se cumplirá».
María: la alegría de creer
¡Menudo encuentro: dos madres se felicitan mientras sus hijos, en las entrañas, saltan de alegría! Sorprendente lección la del cuarto domingo de Adviento: en la ma-ternidad virginal de María se encierra el secreto de la acogida del Salvador. Bien lo saben los santos, como santa Maravillas de Jesús, que con palabras certeras enseña cómo debe ser acogido Jesucristo en nuestras propias vidas: «Aprenda en el corazón de su Madre cómo se ama a Jesús». Cercana ya la Navidad, la liturgia nos invita a descansar la mirada de fe en la Virgen Madre que lleva en su seno al Autor de la vida. María se pone en camino, acude aprisa a la montaña, entra en casa de Zacarías y saluda a Isabel. No lo olvidemos: el primer signo de la presencia de Jesús es el deseo de encuentro, de fusión, de diálogo, de alegría compartida. Donde estas experiencias y sentimientos están ausentes, no está Jesús, ni está el Espíritu de Jesús. Isabel responde a María «a voz en grito». Para acoger al Salvador es necesario recibir en la propia casa a la Madre que nos lo entrega, alabando a Dios por su inmensa bondad (bendición), reconociéndonos indignos de su venida (humildad), saltando de gozo por su amor (alegría), fiándonos sin reservas de la palabra del Señor (fe). Para recibir al Hijo es necesario aprender siempre en el corazón de la Madre.
Señor, que nosotros nos pongamos en camino, como María, para experimentar la alegría de crecer; que acudamos a María para aprender a unirnos a Ti, en la entrega amorosa de la propia vida.