IV de Adviento.
Oficio del día
Cant 2,8-14 (o bien:
Sof 3,14-18a)/ Sal
32 / Lc 1,39-45
S. Pedro Canisio,
m.I.
Severino; Bruno;
Queremón; Marcelo;
Glicerio
Lucas 1,39-45
Unos días después, María se puso en camino y fue aprisa a la montaña, a un pueblo de Judá; entró en casa de Zacarías y saludó a Isabel. En cuanto Isabel oyó el saludo de María, saltó la criatura en su vientre. Se llenó Isabel del Espíritu Santo y dijo a voz en grito: «¡Bendita tú entre las mujeres, y bendito el fruto de tu vientre! ¿Quién soy yo para que me visite la madre de mi Señor? En cuanto tu saludo llegó a mis oídos, la criatura saltó de alegría en mi vientre! Dichosa tú, que has creído, porque lo que te ha dicho el Señor se cumplirá».
Encuentro de dos mujeres
El evangelio de Lucas relata el encuentro de dos mujeres embarazadas: Isabel y María. ¡Qué bellas lecciones para nosotros! María, tras el anuncio del ángel, se pone en camino aprisa, con decisión, poniendo su vida al servicio de su Hijo. Isabel no puede contener su sorpresa y bendice a María, con unas hermosas palabras que forman parte del rezo del avemaría: «Bendita tú entre las mujeres y bendito el fruto de tu vientre». A Isabel lo que más le sorprende es la actitud de María. No la visita para mostrarle su dignidad de Madre del Mesías, no llega para ser servida sino para servir. Gozo en el alma y en el rostro de Isabel, y en el niño que salta de alegría dentro de sus entrañas. Isabel y María se funden en un abrazo de fe, de ilusión y de alegría. Hemos de estar convencidos de que Dios puede suscitar siempre mujeres creyentes, llenas de espíritu profético, que contagian alegría y dan a la Iglesia un rostro humano. Mujeres que nos enseñan a seguir a Jesús con más pasión y fidelidad.
Señor, te pedimos hoy que sepamos recorrer los caminos de la tierra como tu Madre, María, porque un cristiano lleva siempre consigo dos dimensiones de la fe: la unión con Dios y el servicio a los hermanos.