Miércoles 27 Diciembre
Oficio de la s.
1Sam 1,20-22.24-
28 / Sal 83 /1Jn
3,1-2.21-24 /I.c
2,41-52
Juan evangelista;
Fabiola; Geralda;
God ofred o; Teófanes
En aquellos días, Ana concibió, dio a luz un hijo y le puso de nombre Samuel, diciendo: «Al Señor se lo pedí». Pasado un año, su marido Elcaná subió con toda la familia para hacer el sacrificio anual al Señor y cumplir la promesa. Ana se excusó para no subir, diciendo a su marido: «Cuando destete al niño, entonces lo llevaré para presentárselo al Señor y que se quede allí para siempre». Ana se quedó en casa y crió a su hijo hasta que lo destetó. Entonces subió con él al templo del Señor, de Siló, llevando un novillo de tres años, una fanega de harina y un odre de vino. El niño era aún muy pequeño. Cuando mataron el novillo, Ana presentó el niño a Elí, diciendo: «Señor, por tu vida, yo soy la mujer que estuvo aquí junto a ti, rezando al Señor. Este niño es lo que yo pedía; el Señor me ha concedido mi petición. Por eso se lo cedo al Señor de por vida, para que sea suyo». Después se postraron ante el Señor.
Salmo 83
Dichosos los que viven en tu casa, Señor.
1Juan 3,1-2.21-24
Queridos hermanos: Mirad qué amor nos ha tenido el Padre para llamarnos hijos de Dios, pues ¡lo somos! El mundo no nos conoce porque no le conoció a él. Queridos, ahora somos hijos de Dios y aún no se ha manifestado lo que seremos. Sabemos que, cuando él se manifieste, seremos semejantes a él, porque lo veremos tal cual es. Queridos, si la conciencia no nos condena, tenemos plena confianza ante Dios. Y cuanto pidamos lo \recibimos de él, porque guardamos sus mandamientos y hacemos lo que le agrada. Y este es su mandamiento: que creamos en el nombre de su Hijo, Jesucristo, y que nos amemos unos a otros, tal como nos lo mandó. Quien guarda sus mandamientos permanece en Dios, y Dios en él; en esto conocemos que permanece en nosotros: por el Espíritu que nos dio.
Lucas 2,41-52
Los padres de Jesús solían ir cada año a Jerusalén por las fiestas de Pascua. Cuando Jesús cumplió doce años, subieron a la fiesta según la costumbre y, cuando terminó, se volvieron; pero el niño Jesús se quedó en Jerusalén, sin que lo supieran sus padres. Estos, creyendo que estaba en la caravana, hicieron una jornada y se pusieron a buscarlo entre los parientes y conocidos; al no encontrarlo, se volvieron a Jerusalén en su busca. A los tres días, lo encontraron en el templo, sentado en medio de los maestros, escuchándolos y haciéndoles preguntas; todos los que le oían quedaban asombrados de su talento y de las respuestas que daba. Al verlo, se quedaron atónitos, y le dijo su madre: «Hijo, ¿por qué nos has tratado así? Mira que tu padre y yo te buscábamos angustiados». Él les contestó: «¿Por qué me buscabais? ¿No sabíais que yo debía estar en la casa de mi Padre?». Pero ellos no comprendieron lo que quería decir. Él bajó con ellos a Nazaret y siguió bajo su autoridad. Su madre conservaba todo esto en su corazón. Y Jesús iba creciendo en sabiduría, en estatura y en gracia ante Dios y los hombres.
La familia, santuario de amor
La Iglesia nos invita hoy a contemplar la Sagrada Familia. El papa Benedicto XVI definía así a las familias, en su visita a Valencia: «Familia feliz es aquella que se convierte en un santuario de amor, de vida y de fe». Hoy es un día para pedir por las familias, para admirar sus afanes, ilusiones y esfuerzos. Cuatro hermosos destellos han de brillar siempre en nuestras familias: la autoridad, es decir, la verdad y la razón, lo que se dice y se hace responde a lo bueno y verdadero; el testimonio, ya que las palabras mueven pero el ejemplo arrastra; el diálogo, o lo que es lo mismo, la escucha atenta, la comprensión, el enriquecimiento personal; y por último, el espíritu de servicio, porque los cristianos no hemos venido a ser servidos sino a servir.