4º del salterio
Dt 18,15- 20 / Sal 94
/1Cor 7,32-35 /Mc
1,21-28
Viernes 01 Febrero
Cecino; Brígida de
Kildare; Bto. Andrés
Carlos Ferrari
Deuternriomio 1815.20
Moisés habló al pueblo, diciendo: «Un profeta, de entre los tuyos, de entre tus hermanos, como yo, te suscitará el Señor, tu Dios. A él lo escucharéis. Es lo que pediste al Señor, tu Dios, en el Horeb, el día de la asamblea: "No quiero volver a escuchar la voz del Señor, mi Dios, ni quiero ver más ese terrible incendio; no quiero morir". El Señor me respondió: "Tienen razón; suscitaré un profeta de entre sus hermanos, como tú. Pondré mis palabras en su boca, y les dirá lo que yo le mande. A quien no escuche las palabras que pronuncie en mi nombre, yo le pediré cuentas. Y el profeta que tenga la arrogancia de decir en mi nombre lo que yo no le haya mandado, o hable en nombre de dioses extranjeros, ese profeta morirá"».
Salmo 94
Ojalá escuchéis hoy la voz del Señor: «No endurezcáis vuestro corazón».
1 Corintios 7,,32-35
Hermanos: Quiero que os ahorréis preocupaciones: el soltero se preocupa de los asuntos del Señor, buscando contentar al Señor; en cambio, el casado se preocupa de los asuntos del mundo, buscando contentar a su mujer, y anda dividido. Lo mismo, la mujer sin marido y la soltera se preocupan de los asuntos del Señor, consagrándose a ellos en cuerpo y alma; en cambio, la casada se preocupa de los asuntos del mundo, buscando contentar a su marido. Os digo todo esto para vuestro bien, no para poneros una trampa, sino para induciros a una cosa noble y al trato con el Señor sin preocupaciones.
Marcos 1,21-28
En aquel tiempo, Jesús y sus discípulos entraron en Cafarnaún, y cuando el sábado siguiente fue a la sinagoga a enseñar, se quedaron asombrados de su doctrina, porque no enseñaba como los escribas, sino con autoridad. Estaba precisamente en la sinagoga un hombre que tenía un espíritu inmundo, y se puso a gritar: «¿Qué quieres de nosotros, Jesús Nazareno? ¿Has venido a acabar con nosotros? Sé quién eres: el Santo de Dios». Jesús lo increpó: «Cállate y sal de él». El espíritu inmundo lo retorció y, dando un grito muy fuerte, salió. Todos se preguntaron estupefactos: «¿Qué es esto? Este enseñar con autoridad es nuevo. Hasta a los espíritus inmundos les manda y le obedecen». Su fama se extendió en seguida por todas partes, alcanzando la comarca entera de Galilea.
La sensibilidad, destello de la autoridad
La escena nos ofrece el contraste de las luces y las sombras: la sombra de los demonios, para explicar las enfermedades y las desgracias; aquel hombre aprisionado por el dolor, por el espíritu inmundo. Y la luz de Cristo que enseña en la sinagoga, no como los letrados, sino con autoridad. La autoridad se asocia en los evangelios a la capacidad de expulsar demonios o, con otras palabras, a la «capacidad» para aliviar el sufrimiento, las penas y las humillaciones. Jesucristo enseña y actúa: junto a su palabra, su poder de liberarnos de las fuerzas del mal. ¡Qué hermosa vertiente se nos ofrece de la autoridad: ser sensibles a los problemas de los hermanos, captar su situación, su deterioro, el mal que les aflige, e intentar ponerle remedio! Con otras palabras: es fascinante la «autoridad» del servicio y de la liberación.
¡Señor, líbranos de los espíritus inmundos, de los males que nos aquejan, de las enfermedades que, muchas veces, sin saberlo, van minando y derrotando nuestro caminar! ¡Tú nos conoces y sabes perfectamente cuáles son!