IV del T.O.
del salterio
Heb 12,4-7.11-15/
Sal 102 / Mc 6,1-6
Lunes 04 febrero
Andrés Corsini;
Juana de Valois
Marcos 6,1-6
En aquel tiempo, fue Jesús a su pueblo en compañía de sus discípulos. Cuando llegó el sábado, empezó a enseñar en la sinagoga; la multitud que lo oía se preguntaba asombrada: «¿De dónde saca todo eso? ¿Qué sabiduría es esa que le han enseñado? ¿Y esos milagros de sus manos? ¿No es/este el carpintero, el hijo de María, hermano de Santiago y José y Judas y Simón? Y sus hermanas, ¿No viven con nosotros aquí?». Y esto les resultaba escandaloso. Jesús les decía: «No desprecian a un profeta más que en\ su tierra, entre sus parientes y en su casa». No pudo hacer allí ningún milagro, solo curó algunos enfermos imponiéndoles las manos. Y ‘se extrañó de su falta de fe. Y recorría los pueblos de alrededor enseñando.
Encontraremos el rechazo de los demás
Jesús se extraña del rechazo de los de su pueblo, pero es así. No le aceptan, no le reciben con el corazón abierto y la mente limpia. Tienen noticas de lo que hace, de su predicación, de sus milagros. Y le rechazan como persona. No admiten que sobresalga y no sea como uno de ellos. El problema de fondo reside precisamente en esa diferencia con los demás: su forma de ser, sus cualidades, sus destellos, no compaginan con la forma de ser y con los destellos de los demás. Nos ocurrirá siempre a todos, en muchos momentos: la gente, aun reconociendo luces y valores, rechaza alas personas, cuando no son del «montón». Este pasaje no puede pasar desapercibido para nosotros. Tiene aplicaciones muy prácticas en la vida. La actitud de Cristo nos invita a no «tirar la toalla», a proseguir nuestro camino de buen hacer: «recorría los pueblos de alrededor enseñando».
Un serio examen de conciencia constante, que es práctica canonizada en la más legítima espiritualidad cristiana, nos obliga a revisar siempre ala luz del Reino nuestra propia espiritualidad: ¿de dónde brotan mis actitudes para con los demás?