V del TO.
la del salterio
Gén 1,20-2,4a/Sal
8 / Mc 7,1-13
Domingo 10 Febrero
Guillermo de
Malavalle;
Austreberta; Bto.
Alojzije Viktor
Marcos 7,1-13
En aquel tiempo, se acercó a Jesús un grupo de fariseos con algunos escribas de Jerusalén y vieron que algunos discípulos comían con manos impuras, es decir, sin lavarse las manos. (Los fariseos, como los demás judíos, no comen sin lavarse antes las manos, restregando bien, aferrándose a la tradición de sus mayores, y al volver de la plaza no comen sin lavarse antes, y se aferran a otras muchas tradiciones, de lavar vasos, jarras y ollas). Según eso, los fariseos y los escribas preguntaron a Jesús: «¿Por qué comen tus discípulos con manos impuras y no siguen la tradición de los mayores?». Él les contestó: «Bien profetizó Isaías de vosotros, hipócritas, como está escrito: "Este pueblo me honra con los labios, pero su corazón está lejos de mí. El culto que me dan está vacío, porque la doctrina que enseñan son preceptos humanos". Dejáis a un lado el mandamiento de Dios para aferraros a la tradición de los hombres». Y añadió: «Anuláis el mandamiento de Dios por mantener vuestra tradición. Moisés dijo: "Honra a tu padre y a tu madre" y "el que maldiga a su padre o a su madre tiene pena de muerte': En cambio vosotros decís: Si uno le dice a su padre o a su madre: "Los bienes con que podría ayudarte los ofrezco al templo", ya no le permitís hacer nada por su padre o por su madre; invalidando la palabra de Dios con esa tradición que os transmitís; y como estas hacéis muchas».
Examinar nuestros labios y nuestro corazón
De nuevo, los preceptos y rituales religiosos; de nuevo, el rigor de unas normas que están vacías, que llevan un «culto vacío». Jesús se enfrenta a los fariseos y a los escribas, Ilamárdolos «hipócritas», fuerte expresión para denunciar sus falsedades. Y realiza esa importante distinción: una cosa es honrar a Dios con los labios, y otra bien distinta, «honrarlo con el corazón». Dios mira nuestro corazón y sabe bien nuestras intenciones, nuestros valores, nuestra realidad interior, nuestra verdadera disposición con respecto a él. Fustiga esas «normas vacías», sin sentido, y defiende la atención a los desamparados, a los pobres, a los ancianos. Este evangelio nos invita a un profundo examen de conciencia, y a cuidar las palabras que pronunciamos con nuestros labios y los latidos de nuestro corazón.