II del T.O.
2a del salterio
Heb 7,1-3.15-17 /
Sal 109 / Mc 3,1-6
Sta. Inés, m.o.
Na Sra. de Altagracia; Bto. Juan
Bautista Turpin y comp
PALABRA:
En aquel tiempo, entró Jesús otra vez en la sinagoga, y había allí un hombre con parálisis en un brazo. Estaban al acecho, para ver si curaba en sábado y acusarlo. Jesús le dijo al que tenía la parálisis: «Levántate y ponte ahí en medio». Y a ellos les preguntó: «¿Qué está permitido en sábado?, ¿hacer lo bueno o lo malo?, ¿salvarle la vida a un hombre o dejarlo morir?». Se quedaron callados. Echando en torno una mirada de ira, y dolido de su obstinación, le dijo al
hombre: «Extiende el brazo». Lo extendió y quedó restablecido. En cuanto salieron de la sinagoga, los fariseos se pusieron a planear con los herodianos el modo de acabar con él.
Jesús se juega su propia vida
La escena tiene aire de reto para Jesús: ¿salvar a una persona o dejarla morir? Todos los días son buenos para la salvación. Y por eso, Jesús cura en sábado a aquel hombre. Se desata la tormenta. Jesús se jugó allí su propia vida, desobedeciendo en público a los dirigentes religiosos. Ya estaba condenado a muerte. Pero aquella persona enferma estaba por encima de una ley aplicada mecánicamente, con insensibilidad y hasta con desprecio del ser humano. De nuevo, el corazón del Señor que ha venido a sanar, a salvar, a dar vida, a transmitir alegría para dejar atrás las oscuridades y emprender caminos nuevos. Inmediatamente, el poder religioso y el poder político establecen alianzas para dar muerte a Jesús. No soportan la luz y la grandeza.
Señor, haz que sepamos jugarnos la vida por Ti, en aras de una entrega que comportará dificultades y peligros, pero que desembocará en la plenitud, en la felicidad.