lª del salterio
Jer 31,31-34/Sal
50/ Heb 5,7-9 /Jn
12,20-33
Miércoles 22 Marzo
Zacarías, papa;
Deogracias; Lea;
Nicolás Owen; Bto.
Clemente Augusto
von Galen
Jeremías 31,31-34.
«Mirad que llegan días —oráculo del Señor— en que haré con la casa de Israel y la casa de Judá una alianza nueva. No como la alianza que hice con sus padre cuando los tomé de la mano para sacarlos de Egipto, ellos quebrantaron mi alianza, aunque yo era su Señor —oráculo del Señor—. Sino que así será la alianza que haré con ellos, después de aquellos días —oráculo del Señor—: Meteré mi ley en su pecho, la escribiré en sus corazones; yo seré su Dios, y ellos serán mi pueblo. Y no tendrá que enseñar uno a su prójimo, el otro a su hermano, diciendo: «Reconoce al Señor». Porque todos me conocerán desde el pequeño al grande —oráculo del Señor—, cuando perdone sus crímenes y no recuerde sus pecados».
Salmo 50
Oh Dios, crea en mí un corazón puro.
Hebreos 5,7-9
Cristo, en los días de su vida mortal, a gritos y con lágrimas, presentó oraciones y súplicas al que podía salvarlo de la muerte, cuando en su angustia fue escuchado. Él, a pesar de ser Hijo, aprendió, sufriendo, a obedecer. Y, llevado a la consumación, se ha convertido para todos los que le obedecen en autor de salvación eterna.
Juan 12, 20-33
En aquel tiempo, entre los que habían venido a celebrar la fiesta había algunos griegos; estos, acercándose a Felipe, el de Betsaida de Galilea, le rogaban: «Señor, quisiéramos ver a Jesús». Felipe fue a decírselo a Andrés; y Andrés y Felipe fueron a decírselo a Jesús. Jesús les contestó: «Ha llegado la hora de que sea glorificado el Hijo del hombre. Os aseguro que si el grano de trigo no cae en tierra y muere, queda infecundo; pero si muere, da mucho fruto, El que se ama a sí mismo se pierde, y el que se aborrece a sí mismo en este inundo se guardará para la vida eterna. El que quiera servirme, que me siga, y donde esté yo, allí también estará mi servidor; a quien me sirva, el Padre lo premiará. Ahora mi alma está agitada, y ¿qué diré?: Padre, líbrame de esta hora. Pero si por esto he venido, para esta hora. Padre, glorifica tu nombre». Entonces vino una voz del cielo: «Lo he glorificado y volveré a glorificarlo». La gente que estaba allí y lo oyó decía que había sido un trueno; otros decían que le había hablado un ángel. Jesús tomó la palabra y dijo: «Esta voz no ha venido por mí, sino por vosotros. Ahora va a ser juzgado el mundo; ahora el Príncipe de este mundo va a ser echado fuera. Y cuando yo sea elevado sobre la tierra atraeré a todos hacia mí». Esto lo decía dando a entender la muerte de que iba a morir.
«Queremos ver a Jesús»
¡Cuántas veces surge de nuestro corazón y colocamos en nuestros labios este deseo: «quisiéramos ver a Jesús»!, como aquellos gentiles que se acercaron a Felipe. Jesús presiente y siente la cercanía de la hora de su muerte. La contempla cara a cara. Y nos ofrece su verdadero sentido: «el grano de trigo tiene que morir porque solo así puede dar fruto». Dios no quiere la muerte sino el fruto, es decir, la vida. Hemos de aprenderlo bien: nuestro Padre celestial no quiere que sus hijos sufran. Pero en este mundo, todo el que se pone de parte de la vida tendrá que pasar por situaciones difíciles que, en muchas ocasiones, le acarrearán la muerte. Esa muerte, todas las muertes de la tierra, no tendrán la última palabra. La última palabra la tiene Dios y es una palabra de amor, de perdón, de misericordia, de salvación. Jesús nos enseña a superar la angustia, confiando en la gracia y en la fuerza que envía el Padre celestial.
Tantos sepulcros por doquier, vacíos de compasión, sellados de amenazas. Callados, a su entrada, los amigos, con miedo del poder o de la nada. Pero nos quema aún tu hambre, Cristo, y en Ti podremos encender el alba.