l a del salterio
Job 7,1-4.6-7 /Sal
146 / 1Cor 9,16-19.
22-23 /M(1,29-39
Jueves 08 Febrero
Jerónimo Emiliani;
Josefina Bakhita;
Juan de Mata
Job 7,1-4.6-7
Habló Job, diciendo: «El hombre está en la tierra cumpliendo un servicio, sus días son los de un jornalero. Como el esclavo, suspira por la sombra, como el jornalero, aguarda el salario. Mi herencia son meses baldíos, me asignan noches de fatiga; al acostarme pienso: ¿Cuándo me levantaré? Se alarga la noche y me harto de dar vueltas hasta el alba. Mis días corren más que la lanzadera, y se consumen sin esperanza. Recuerda que mi vida es un soplo, y que mis ojos no verán más la dicha».
Salmo 146
Alabad al Señor, que sana los corazones destrozados.
1Corintios 9,16-19.22-23
Hermanos: El hecho de predicar no es para mí motivo de orgullo. No tengo más remedio y, ¡ay de mí si no anuncio el Evangelio! Si yo lo hiciera por mi propio gusto, eso mismo sería mi paga. Pero, si lo hago a pesar mío, es que me han encargado este oficio. Entonces, ¿cuál es la paga? Precisamente dar a conocer el Evangelio, anunciándolo de balde,-sin usar el derecho que me da la predicación del Evangelio. Porque, siendo libre como soy, me he hecho esclavo de todos para ganar a los más posibles. Me he hecho débil con los débiles, para ganar a los débiles; me he hecho todo a todos, para ganar, sea como sea, a algunos. Y hago todo esto por el Evangelio, para participar yo también de sus bienes.
Mc1,29-39
En aquel tiempo, al salir Jesús y sus discípulos de la sinagoga, fue con Santiago y Juan a casa de Simón y Andrés. La suegra de Simón estaba en cama con fiebre, y se lo dijeron. Jesús se acercó, la cogió de la mano y la levantó. Se le pasó la fiebre y se puso a servirles. Al anochecer, cuando se puso el sol, le llevaron todos los enfermos y endemoniados. La población entera se agolpaba a la puerta. Curó a muchos enfermos de diversos males y expulsó muchos demonios; y como los demonios lo conocían, no les permitía hablar. Se levantó de madrugada, se marchó al descampado y allí se puso a orar. Simón y sus compañeros fueron y, al encontrarlo, le dijeron: «Todo el mundo te busca». Él les respondió: «Vámonos a otra parte, a las aldeas cercanas, para predicar también allí; que para eso he salido». Así recorrió toda Galilea, predicando en las sinagogas y expulsando los demonios.
Acercarse, coger de la mano, levantar...
He aquí los tres compases de amor al prójimo que nos ofrece Jesucristo: primero, acercarse, atender, no pasar de largo; segundo, tender la mano para el saludo cordial, para el abrazo de afecto, sintiendo en nuestras venas la fraternidad; tercero, levantar al que está caído o derrotado. Jesús viene a curarnos de nuestras enfermedades, de nuestras inseguridades, de nuestras angustias. Viene a levantarnos de nuestras caídas, para emprender de nuevo el camino. Así lo hizo con la suegra de Pedro, en un hermoso gesto de cercanía, de familiaridad. Estar junto al Señor es respirar salud, paz, gozo profundo. El pasaje nos habla también de la oración: el Señor busca un lugar tranquilo, solitario, para hablar con el Padre celestial. Él era consciente de su intimidad con el Padre. Y nos enseña la importancia de la oración.
¡Señor, enséñanos a orar! ¡Enséñanos a hablar contigo, en esos lugares solitarios, tranquilos, donde se respira paz! ¡Qué importante es la oración para nosotros! Nos lo dijiste claro y alto: «Sin mí, no podéis hacer nada».