IV de Cuaresma
4° del salterio
Sab 2,1a,12-22
Sa133 /In 71-2.10.25-30
Martín de Braga;
Nicetas; Eufemia;
José Bilczewski
Juan 7,1-2.10,25-30
En aquel tiempo, recorría Jesús la Galilea, pues no quería andar por Judea porque los judíos trataban de matarlo. Se acercaba la fiesta judía de las tiendas. Después de que sus parientes se marcharon a la fiesta, entonces subió él también, no abiertamente, sino a escondidas. Entonces algunos que eran de Jerusalén dijeron: «¿No es este el que intentan matar? Pues mirad cómo habla abiertamente, y no le dicen nada. ¿Será que los jefes se han convencido de que este es el Mesías? Pero este sabemos de dónde viene, mientras que el Mesías, cuando llegue, nadie sabrá de dónde viene». Entonces Jesús, mientras enseñaba en el templo, gritó: «A mí me conocéis, y conocéis de dónde vengo. Sin embargo, yo no vengo por mi cuenta, sino enviado por el que es veraz; a ese vosotros no lo conocéis; yo lo conozco, porque procedo de él, y él me ha enviado». Entonces intentaban agarrarlo; pero nadie le pudo echar mano, porque todavía no había llegado su hora.
Hablar de Dios superando los miedos
La fiesta de las Tiendas se celebraba en otoño, cuando los campesinos habían terminado de recoger la vendimia. Era una fiesta de agricultores que daban gracias a Dios por la cosecha. Pero lo más importante es la fuerte carga religiosa que se vivía esos días, que servían para excitar las esperanzas mesiánicas del judaísmo. En ese ambiente, Jesús se nos muestra con un gran valor para acudir hasta allí. Podía pasar cualquier cosa, pero no se deja aprisionar por el miedo. Sube a Jerusalén, va al templo y se pone a hablar. Ciertamente, para hablar de Dios hay que ser muy libres, pero, sobre todo, no hemos de tener miedo. No pasa nada. Nosotros somos la voz y Cristo es la Palabra, una palabra que se enciende en el corazón y que colocamos después en nuestros labios. A veces, podemos jugarnos la vida. O quizás siempre nos la juguemos, sobre todo, ante los poderosos de cualquier índole y condición.