II de Pascua.
2° del salterio
He 4,23-31 / Sa1 2 /
Jn 3,1-8
S. Martín y S.
Hermenegildo, mI
N, Sra. del Pueyo;
Ida de Boulogne
Juan 3,1-8
Había un fariseo llamado Nicodemo, jefe judío. Este fue a ver a Jesús de noche y le dijo: «Rabí, sabemos que has venido de parte de Dios, como maestro porque nadie puede hacer los signos que tú haces si Dios no está con él». Jesús le contestó: «Te lo aseguro el que no nazca de nuevo no puede ver el reino de Dios». Nicodemo le pregunta: «¿Cómo puede nacer un hombre, siendo viejo? ¿Acaso puede por segunda vez entrar en el vientre de su madre y nacer?». Jesús le contestó: «Te lo aseguro, el que no nazca de agua y de Espíritu no puede entrar en el reino de Dios. Lo que nace de la carne es carne lo que nace del Espíritu es espíritu. No te extrañes de que te haya dicho: "Tenéis que nacer de nuevo"; el viento sopla donde quiere y oyes su ruido, pero no sabes de dónde viene ni adónde va. Así es todo el que ha nacido del Espíritu».
«Nacer de nuevo» es ser una persona distinta. ¡Cuánta luz, cuántos destellos nos Ilegan de aquellos coloquios de Jesús con Nicodemo! Las palabras del Señor pueden llegar hoy también a nuestros oídos y a nuestro corazón, cuando nos dice: primero tu vida tiene que cambiar, de tal forma que quien te vea descubra a otra persona segundo, has de ser una persona de espíritu, o lo que es lo mismo, como el viento libre, sin ataduras esclavizantes; tercero, que tu libertad esté al servicio del amor y de la misericordia. ¡Ojalá descubramos en la noche, en el silencio de la alta madrugada, el eco de aquellas palabras del Señor a Nicodemo! ¡Cambiaron su vida y transformaron su corazón!
Sin Ti, Señor, no puedo más. Pero te tenemos tan cerca, con nosotros, ¡tan a nuestro alcance! Siempre que algo me preocupe o me alegre, quiero ser consciente de la necesidad de acudir a Ti, de acercarme a un sagrario en cuanto me sea posible, y hablar de eso contigo.