domingo, 16 de abril de 2017

CULTÍVATE CON LA PALABRA QUE ES VIDA DEL DOMINGO 16/04/2017



Domingo 16 Abril
II de Pascua
2° del salterio
He 5,27-33 /Sal 33
/1n 3,31-36







Benito José Labre;

Fructuoso de Braga;
Toribio de Astorga;
Lamberto de
Zaragoza



PALABRA: Juan 3, 31-36
El que viene de lo alto está por encima de todos. El que es de la tierra es de la tierra y habla de la tierra. El que viene del cielo está por encima de todos. De lo que ha visto y ha oído da testimonio, y nadie acepta su testimonio. El que acepta su testimonio certifica la veracidad de Dios. El que Dios envió habla las palabras de Dios, porque no da el Espíritu con medida. El Padre ama al Hijo y todo lo ha puesto en su mano. El que cree en el Hijo posee la vida eterna; el que no crea al Hijo no verá la vida, sino que la ira de Dios pesa sobre él. 


Jesús nos abre el sentido de su presencia
Jesús ofrece a Nicodemo el sentido de su presencia en la tierra: se ha desplazado, ha venido, ha bajado del cielo, ha abandonado su gloria, sus privilegios, su condición excelsa, sus poderes, su autoridad, y se ha equiparado a lo terreno, ha colocado su tienda de campaña entre nosotros, aquí abajo, en lo efímero, en lo mortal. Y, sin embargo, es rechazado su testimonio, los suyos no lo aceptan. Jesús plantea y ofrece otra vida, y el que lo acepta entrará en esa vida; nos invita también a nosotros a recorrer ese «camino del descenso», del despojo de toda grandeza y privilegio, y ofrecer así nuestra vida, junto a la de Cristo, por los demás. La relación de Jesús con el Padre se vive en el amor del Espíritu y creer en ello nos abre las puertas de la vida eterna. El que no cree, él mismo se queda fuera.



Me alegro de que me pidan mucho, muchísimo, porque mi deseo es dar mucho, muchísimo, nos dice Jesús. Las almas que confían en Mí sin límites son mi gran consuelo.

                                                                                                                                                                                                                                                               




CULTÍVATE CON LA PALABRA QUE ES VIDA DEL SÁBADO 15/04/2017



II de Pascua 
2° del salterio
He 5,17-26 /Sal 33

/In 3,16-21





Anastasia y Basilisa; 
César

PALABRA:
Juan 3,16-21
Tanto amó Dios al mundo que entregó a su Hijo úni1 co para que no perezca ninguno de los que creen eri él, sino que tengan vida eterna. Porque Dios no mandó su Hijo al mundo para juzgar al mundo, sino para que el mundo se salve por él. El que cree en él no ser juzgado; el que no cree ya está juzgado, porque no h creído en el nombre del Hijo único de Dios. El juici consiste en esto: que la luz vino al mundo, y los hombres prefirieron la tiniebla a la luz, porque sus obras eran malas. Pues todo el que obra perversamente detesta la luz y no se acerca a la luz, para no verse acusado por sus obras. En cambio, el que realiza la verdad se acerca a la luz, para que se vea que sus obras están hechas según Dios.


La salvación es la gran meta
«Tanto amó Dios al mundo», o lo que es lo mismo, tanto amó Dios a la tierra, a las personas que la habitan, a la humanidad, al género humano. Y podemos añadir: tanto nos ama Dios a cada uno de nosotros, a ti y a mí. ¡Qué gozo tan intenso el sentirnos amados por Dios, poder abrirnos a su amor y sentirlo en lo más vivo de nuestras entrañas! El gran descubrimiento de esta página del evangelio está en la palabra «salvación». ¡Cuántas veces escuchamos la idea de un Dios que nos coarta, que nos roba posibilidades, que nos recorta los placeres de la vida, que se convierte en muro de lamentos y no de felicidad! Todo lo contrario: los verdaderos caminos de Dios son caminos de esperanza, de luz, de alegría, de salvación. Y por su amor, por su ternura, es por lo que Dios envía a su Hijo al mundo. Para abrazarlo desde la cruz y salvarlo con su muerte y resurrección.



Señor, haz que abramos las puertas de nuestra vida a tu presencia; a la escucha de tu Palabra; al torrente de gracias y de dones que derramas a través de la vida sacramental. Haznos siempre felices, Señor, no desde la plataforma de los egoísmos humanos sino desde la entrega generosa de nuestro corazón.                                                                                                       




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