II de Pascua
2° del salterio
He 5,17-26 /Sal 33
/In 3,16-21
Anastasia y Basilisa;
César
Juan 3,16-21
Tanto amó Dios al mundo que entregó a su Hijo úni1 co para que no perezca ninguno de los que creen eri él, sino que tengan vida eterna. Porque Dios no mandó su Hijo al mundo para juzgar al mundo, sino para que el mundo se salve por él. El que cree en él no ser juzgado; el que no cree ya está juzgado, porque no h creído en el nombre del Hijo único de Dios. El juici consiste en esto: que la luz vino al mundo, y los hombres prefirieron la tiniebla a la luz, porque sus obras eran malas. Pues todo el que obra perversamente detesta la luz y no se acerca a la luz, para no verse acusado por sus obras. En cambio, el que realiza la verdad se acerca a la luz, para que se vea que sus obras están hechas según Dios.
La salvación es la gran meta
«Tanto amó Dios al mundo», o lo que es lo mismo, tanto amó Dios a la tierra, a las personas que la habitan, a la humanidad, al género humano. Y podemos añadir: tanto nos ama Dios a cada uno de nosotros, a ti y a mí. ¡Qué gozo tan intenso el sentirnos amados por Dios, poder abrirnos a su amor y sentirlo en lo más vivo de nuestras entrañas! El gran descubrimiento de esta página del evangelio está en la palabra «salvación». ¡Cuántas veces escuchamos la idea de un Dios que nos coarta, que nos roba posibilidades, que nos recorta los placeres de la vida, que se convierte en muro de lamentos y no de felicidad! Todo lo contrario: los verdaderos caminos de Dios son caminos de esperanza, de luz, de alegría, de salvación. Y por su amor, por su ternura, es por lo que Dios envía a su Hijo al mundo. Para abrazarlo desde la cruz y salvarlo con su muerte y resurrección.
Señor, haz que abramos las puertas de nuestra vida a tu presencia; a la escucha de tu Palabra; al torrente de gracias y de dones que derramas a través de la vida sacramental. Haznos siempre felices, Señor, no desde la plataforma de los egoísmos humanos sino desde la entrega generosa de nuestro corazón.
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