lunes, 10 de abril de 2017

CULTÍVATE CON LA PALABRA QUE ES VIDA DEL DOMINGO 09/04/2017



Domingo 09 Abril
Oficio propio
He 3,11-26 / Sal8 /
Lo 24,35-48









Octava de Pascua
Casilda; María
Cleofé; Demetrio;
Bta. Lindalva Justo
de Oliveira; Bta.
Margarita Rutan

PALABRA:
Lucas 24,35-48
En aquel tiempo, contaban los discípulos lo que les había pasado por el camino y cómo habían reconocido a Jesús al partir el pan. Estaban hablando de estas cosas, cuando se presenta Jesús en medio de ellos y les dice: «Paz a vosotros». Llenos de miedo por la sorpresa, creían ver un fantasma. Él les dijo: «¿Por qué Os alarmáis?, ¿por qué surgen dudas en vuestro interior? Mirad mis manos y mis pies: soy yo en persona. Palpadme y daos cuenta de que un fantasma no tiene carne y huesos, como veis que yo tengo». Dicho esto, les mostró las manos y los pies. Y como no acababan de creer por la alegría, y seguían atónitos, les dijo: «¿Tenéis ahí algo de comer?». Ellos le ofrecieron un trozo de pez asado. Él lo tomó y comió delante de ellos. Y les dijo: «Esto es lo que os decía mientras estaba con vosotros: que todo lo escrito en la ley de Moisés y en los profetas y salmos acerca de mí tenía que cumplirse». Entonces les abrió el entendimiento para comprender las Escrituras. Y añadió: «Así estaba escrito: el Mesías padecerá, resucitará de entre los muertos al tercer día y en su nombre se predicará la conversión y el perdón de los pecados a todos los pueblos, comenzando por Jerusalén. Vosotros sois testigos de esto».

Paz a vosotros

¡Qué saludo tan entrañable el que Jesús inaugura tras su resurrección: «Paz a vosotros»! Así se va presentando a sus apóstoles, intentando convencerles de sus señas de identidad: «El que murió en la cruz y el que resucitó del sepulcro es el mismo». Por eso, pide que le palpen. Insiste en que un fantasma no tiene carne y huesos. Y hasta se pone a comer delante de ellos. «Vosotros sois testigos», les dirá Jesús. Hoy, cada cristiano debe aparecer como testigo de la resurrección, con su semblante alegre y luminoso, con sus manos abiertas de par en par, con sus pasos seguros de que la meta que nos espera es radiante: la plenitud en la intimidad con Dios. El mundo sería así un oasis de pequeñas y hermosas felicidades.
                                



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