sábado, 22 de abril de 2017

CULTÍVATE CON LA PALABRA QUE ES VIDA DEL VIERNES 21/04/2017




Viernes 21 Abril
III de Pascua
3° del salterio
He 7,51-8,1a/Sal
30 /In 6,30-35










S. Anselmo de
Canterbury, m.I.
Conrado de
Parzham; Anastasio
de Antioquía

PALABRA: Juan 6,30-35
En aquel tiempo, dijo la gente a Jesús: «¿Y qué signo vemos que haces tú, para que creamos en ti? ¿Cuál es tu obra? Nuestros padres comieron el maná en el desierto, como está escrito: "Les dio a comer pan del cielo"». Jesús les replicó: «Os aseguro que no fue Moisés quien os dio pan del cielo, sino que es mi Padre el que os da el verdadero pan del cielo. Porque el pan de Dios es el que baja del cielo y da vida al mundo». Entonces le dijeron: «Señor, danos siempre de este pan». Jesús les contestó: «Yo soy el pan de la vida. El que viene a mí no pasará hambre, y el que cree en mí nunca pasará sed».


El pan de Dios
Jesús comienza a explicar a sus discípulos el significado de «ese pan de Dios que baja del cielo». No lo entienden bien. Hace alusión al maná, al alimento que ofreció el Señor cuando la huida de Egipto. El «pan de Dios» es el que da vida, pero no solo a unos pocos privilegiados sino a todo el mundo. Los judíos hablaban del «pan de Dios», refiriéndose a la Ley que Dios da a su pueblo en el desierto por medio de Moisés. En cambio, cuando Jesús habla del «pan del cielo» se está refiriendo a sí mismo. La religión de Jesús no consiste en la observancia de unas normas legales sino en el seguimiento de una Persona. Nos lo dijo Benedicto XVI, con claridad y encanto: «el cristianismo no es una ideología sino un encuentro que cambiará por completo nuestra vida». Y ese «pan de vida» podemos recibirlo cada día en la sagrada comunión.


Danos, Señor, tu pan, tu Cuerpo y tu Sangre, alimento de salvación. Nos sentiremos cristianos cuando nos encontremos contigo, escuchemos tu voz, te abramos la puerta de nuestro corazón y sigamos tus pasos, realizando tu proyecto sobre cada uno de nosotros.

               



viernes, 21 de abril de 2017

CULTÍVATE CON LA PALABRA QUE ES VIDA DEL JUEVES 20/04/2017



Jueves 20 Abril
III de Pascua
3° del salterio

He 6,8-15 /Sal 118 
/In 6,22-29








Telmo; Sulpicio y 
Serviano; Inés de 
Montepulciano



PALABRA:
Juan 6,22-29
Después que Jesús hubo saciado a cinco mil hombres, sus discípulos lo vieron caminando sobre el lago. Al día siguiente, la gente que se había quedado al otro lado del lago notó que allí no había habido más que una lancha y que Jesús no había embarcado con sus discípulos, sino que sus discípulos se habían marchado solos. Entretanto, unas lanchas de Tiberíades llegaron cerca del sitio donde habían comido el pan sobre el que el Señor pronunció la acción de gracias. Cuando la gente vio que ni Jesús ni sus discípulos estaban allí, se embarcaron y fueron a Cafarnaún en busca de Jesús. Al encontrarlo en la otra orilla del lago, le preguntaron: «Maestro, ¿cuándo has venido aquí?». Jesús les contestó: «Os lo aseguro, me buscáis, no porque habéis visto signos, sino porque comisteis pan hasta saciaros. Trabajad, no por el alimento que perece, sino por el alimento que perdura para la vida eterna, el que os dará el Hijo del hombre; pues a este lo ha sellado el Padre, Dios». Ellos le preguntaron: «Y, ¿qué obras tenemos que hacer para trabajar en lo que Dios quiere?». Respondió Jesús: «La obra que Dios quiere es esta: que creáis en el que él ha enviado».


Curar y alimentar, dos tareas básicas
Hay dos temas que aparecen siempre en el evangelio: la salud de los enfermos y la comida de los que carecen de alimentación. Jesús se acerca a los enfermos, les devuelve la dignidad perdida, sana sus heridas, cura sus enfermedades. Jesús multiplica los panes y establece la vía del amor para solucionar el problema del hambre: compartir lo que tenemos con los demás, abrir nuestro corazón a los problemas, preocuparnos por los que lo pasan mal. No acabamos de solucionar el problema del hambre, porque solo buscamos el pan material sin fijarnos ni preocuparnos por los manantiales del amor y de la justicia, que serán, al fin, los verdaderos cauces que proporcionen alimentos a la humanidad. El problema radica en la falta de fe, es decir, en la falta de una motivación superior, de una voluntad y de una fuerza superior, que nos haga sensibles a la solidaridad, a la necesidad de compartir y de implantar la justicia en el mundo.







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