VI de Pascua
2° del salterio
He 18,23-28 / Sal 46
/ In 16,236-28
Gema Galgani;
Juan Nepomuceno; •
Andrés Bobola;
Ubaldo
Juañ 16,23b-28
En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: «Yo os aseguro, si pedís algo al Padre en mi nombre, os lo dará. Hasta ahora no habéis pedido nada en mi nombre; pedid, y recibiréis, para que vuestra alegría sea completa. Os he hablado de esto en comparaciones; viene la hora en que ya no hablaré en comparaciones, sino que os hablaré del Padre claramente. Aquel día pediréis en mi nombre, y no os digo que yo rogaré al Padre por vosotros, pues el Padre mismo os quiere, porque vosotros me queréis y creéis que yo salí de Dios. Salí del Padre y he venido al mundo, otra vez dejo el mundo y me voy al Padre».
Pedir al Padre en nombre de Jesús
Jesús nos ofrece la fórmula de la oración: «primero, hemos de pedir con absoluta confianza en que se nos va a conceder lo que pedimos; segundo, la petición ha de ir dirigida al Padre; tercero, la petición la hacemos en nombre de Jesús». Así de fácil y sencillo. ¡Cuántas veces nuestra oración no conlleva estas condiciones! Sobre todo esa tercera condición: saber pedir en nombre de Jesús, o lo que es lo mismo, aquello que está acorde con el programa de su reino, acorde con lo que Él vivió y enseñó. Normalmente, nuestras peticiones van por otros caminos: la solución inmediata de nuestro último problema, la curación, el ascenso, el poder que nos permita triunfar. Hemos de aprender la fórmula: identificarnos con Cristo, hablarle con el corazón, presentarle nuestros anhelos más profundos para que Él se los haga saber —así podemos decir en nuestro lenguaje—, y el Padre que cuida de nosotros, que nos quiere con locura, nos atienda, ponga su mano poderosa en nuestra necesidad.
Señor, cuánta confianza inspiran tus palabras y cómo nos invitas a pedir, porque orar es pedir los valores de tu Reino, las virtudes cristianas, el conocimiento de tus enseñanzas. Orar es estar contigo, sentirte en nuestras vidas, escuchar tus palabras.