viernes, 19 de mayo de 2017

CULTÍVATE CON LA PALABRA QUE ES VIDA DEL JUEVES 18/05/2017

Jueves 18 Mayo
VII de Pascua
3° del salterio

He 19,1-8/Sal 67/ 
Jn 16,29-33




S. Juan 1, m.I.
Rafaela María;
Félix de Cantando;
Erico IX; Ma Josefa;

Leonardo Murialdo

PALABRA:
Juan 16,29-33
En aquel tiempo, dijeron los discípulos a Jesús: «Ahora sí que hablas claro y no usas comparaciones. Ahora vemos que lo sabes todo y no necesitas que te pregunten; por ello creemos que saliste de Dios». Les contestó Jesús: «¿Ahora creéis? Pues mirad: está para llegar la hora, mejor, ya ha llegado, en que os disperséis cada cual por su lado y a mí me dejéis solo. Pero no estoy solo, porque está conmigo el Padre. Os he hablado de esto, para que encontréis la paz en mí. En el mundo tendréis luchas; pero tened valor: yo he vencido al mundo».


«En el momento de las dudas»
A aquellos apóstoles les pasaba lo que a nosotros: que no entendían a Jesús y sus palabras les resultaban oscuras o quizás poco comprensibles. De ahí, sus dudas y oscuridades. A los discípulos, que tuvieron el privilegio único de convivir con Jesús, se les hacía oscura la fe, les asaltaban las dudas y no siempre veían con claridad lo que debían hacer. Exactamente igual, muchas veces, nos ocurre a nosotros. Hemos de aprender lo que nos transmite Jesús para esos momentos de duda y hasta de posibles vacilaciones: primero, los cristianos nunca estamos solos; segundo, nos sostiene siempre la presencia de Jesús, que camina con nosotros, que está a nuestro lado; tercero, Dios jamás nos abandona. Como dijera el papa Juan Pablo II a los jóvenes: «Hagas lo que hagas, Dios te quiere».


Gracias, Señor, por infundirnos tu valor, para que seamos valientes y audaces en los momentos más difíciles. Gracias por saber que estás con nosotros, que estás de nuestra parte, que caminas a nuestro lado. Gracias porque serás Tú, siempre, el que nos infunda el valor necesario para ganar todas las batallas


            




jueves, 18 de mayo de 2017

CULTÍVATE CON LA PALABRA QUE ES VIDA DEL MIÉRCOLES 17/05/2017



Oficio de las.
He 1,1-11 / 50146 /
Ef 1,17-23 (o bien:
Ef 4,1-13 [breve:
4,1-7.11-131)/ Mc
16,15-20






Pascual Bailón;
Ervedo; Bta. Antonia 
Mesina; Bto. Ivan 
Ziatyk

PALABRA:
Hechos 1,1-11
En mi primer libro, querido Teófilo, escribí de todo lo que Jesús fue haciendo y enseñando hasta el día en que dio instrucciones a los apóstoles, que había escogido,movido por el Espíritu Santo, y ascendió al cielo. Se les presentó después de su pasión, dándoles numerosas pruebas de que estaba vivo, y, apareciéndoseles durante cuarenta días, les habló del reino de Dios. Una vez que comían juntos, les recomendó: «No os alejéis de Jerusalén; aguardad que se cumpla la promesa de mi Padre, de la que yo os he hablado. Juan bautizó con agua, dentro de pocos días vosotros seréis bautizados con Espíritu Santo». Ellos lo rodearon preguntándole: «Señor, ¿es ahora cuando vas a restaurar el reino de Israel?». Jesús contestó: «No os toca a vosotros conocer los tiempos y las fechas que el Padre ha establecido con su autoridad. Cuando el Espíritu Santo descienda sobre vosotros, recibiréis fuerza para ser mis testigos en Jerusalén, en toda Judea, en Samaría y hasta los confines del mundo». Dicho esto, lo vieron levantarse, hasta que una nube se lo quitó de la vista. Mientras miraban fijos al cielo, viéndole irse, se les presentaron dos hombres vestidos de blanco, que les dijeron: «Galileos, ¿qué hacéis ahí plantados mirando al cielo? El mismo Jesús que os ha dejado para subir al cielo volverá como le habéis visto marcharse».




Salmo 46:
Dios asciende entre aclamaciones; el Señor, al son de trompetas.



Efesios 4,1-7.11-13
Hermanos: Yo, el prisionero por el Señor, os ruego que andéis como pide la vocación a la que habéis sido convocados. Sed siempre humildes y amables, sed comprensivos, sobrellevaos mutuamente con amor; esforzaos en mantener la unidad del Espíritu con el vínculo de la paz. Un solo cuerpo y un solo Espíritu, como una sola es la esperanza de la vocación a la que habéis sido convocados. Un Señor, una fe, un bautismo. Un Dios, Padre de todo, que lo trasciende todo, y lo penetra todo, y lo invade todo. A cada uno de nosotros se le ha dado la gracia según la medida del don de Cristo. Y él ha constituido a unos, apóstoles, a otros, profetas, a otros, evangelizadores, a otros, pastores y maestros, para el perfeccionamiento de los santos, en función de su ministerio, y para la edificación del cuerpo de Cristo; hasta que lleguemos todos a la unidad en la fe y en el conocimiento del Hijo de Dios, al hombre perfecto, a la medida de Cristo en su plenitud.


Marcos 16,15-20
En aquel tiempo, se apareció Jesús a los Once y les dijo: «Id al mundo entero y proclamad el Evangelio a toda la creación. El que crea y se bautice se salvará; el que se resista a creer será condenado. A los que crean, les acompañarán estos signos: echarán demonios en mi nombre, hablarán lenguas nuevas, cogerán serpientes en sus manos y, si beben un veneno mortal, no les hará daño. Impondrán las manos a los enfermos, y quedarán sanos». Después de hablarles, el Señor Jesús subió al cielo y se sentó a la derecha de Dios. Ellos se fueron a pregonar el Evangelio por todas partes, y el Señor cooperaba confirmando la palabra con las señales que los acompañaban.

Nuestra vida en clave de «ascensión»
La ascensión del Señor es la fiesta de la exaltación de Cristo al cielo. Junto a su exaltación, la exaltación del cristianismo. Y así, el final de nuestro peregrinaje por la historia, el seguimiento fiel de los pasos del Maestro, será también nuestra glorificación con Él. Este es un día para la esperanza, para el consuelo, para la sonrisa del corazón. Toda acción generosa, todo gesto sacrificado de amor al prójimo, toda realización de nuestro proyecto de vida, en consonancia con el Evangelio, con los valores del Reino, desemboca en glorificación. Este día nos ofrece también una sugerencia práctica: plantear nuestra vida en clave de «ascensión», de subida constante, de mejora cotidiana. No podemos «ir para atrás», en lamentables retrocesos, sino que hemos de caminar siempre hacia delante, hemos de «subir» a ese cielo de plenitud que Jesús nos ha conquistado.































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